​​A John y a Ánderson no les queda grande la paz​

Para la época en que fue abusado sexualmente por la guerrilla, en 2013, John (*) tenía escasos 11 años.

Era el mayor de cinco hermanos y desde que tuvo uso de razón las FARC siempre estuvieron cerca de él y su familia.

A diario veía a los guerrilleros por los lados de su casa. Cuando iba a la escuela y cuando salía de ella. Cuando iba al pueblo y cuando regresaba a la finca. En fin, en todas partes.

Por esos mismos días, también de 2013, Ánderson Escobar se encontraba estudiando en el municipio caldense de Marquetalia.

Años atrás, en el corregimiento Florencia del municipio de Samaná, también en Caldas, Ánderson había sido violado por un integrante de las hoy pacificadas FARC.

En Florencia se cansó de ver a la temida Elda Neyis Mosquera, conocida como “Karina", y a Pedro Pablo Montoya, alias “Rojas", el guerrillero que se hizo tristemente célebre por haber dado muerte en 2008 a Manuel de Jesús Muñoz, alias “Iván Ríos", en ese momento integrante del llamado secretariado de las FARC.

“Vi matar a mucha gente", le dijo Ánderson recientemente a la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP durante un encuentro de 14 hombres heterosexuales y GTBI que fueron víctimas de abuso sexual durante el conflicto armado.

El evento fue organizado en Villavicencio por el Grupo de Enfoque de Género y Enfoque Diferencial de la Unidad de Investigación y Acusación y la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, una organización sin ánimo de lucro que reúne a casi mil mujeres que fueron abusadas sexualmente durante la guerra en Colombia.

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John nació hace 20 años en un caserío de Mesetas, Meta, llamado Peñas. Es el mayor de seis hermanos: cuatro hombres y dos mujeres.

Hoy en día, por razones de seguridad, John vive en zona rural de la calurosa localidad de Granada, también en el Meta.

El sábado previo al Día de la Madre de 2013, John iba rumbo a su casa con su hermano menor. Así recordó aquel aterrador día:

“Para esa época nosotros vivíamos más abajo de La Julia, en una vereda que se llama Buenos Aires, en el Meta. Nos dedicábamos a la agricultura.

“De la casa a la escuela había más o menos una hora de camino. Normalmente uno se encontraba a la guerrilla reclutando. A uno nunca (los guerrilleros) le decían nada.

“Ese día nos vinimos con mi hermano para la casa. Por la carretera nos encontramos unos guerrilleros. Nos dijeron que los acompañáramos adentro del monte. Nosotros no quisimos. Entonces no nos dejaron avanzar nada. Nos tumbaron de las bicicletas. Dos de los guerrilleros nos apuntaron con fusil y otro con una puñaleta.

“(Los guerrilleros) nos cogieron a las malas y nos metieron a la mata de monte, como a 100 metros (de la carretera). Después de eso nos hicieron quitar la ropa a las malas. Yo no quería. Entonces me pegaron un culatazo aquí (señala su pómulo izquierdo y una enorme cicatriz). Me reventaron la cara. Nos maltrataron y nos hicieron unas cosas (inenarrables).

“Ellos (los violadores) nos querían matar, pero (el guerrillero) de la carretera dijo que no, que nosotros éramos gente de la vereda. Entonces nos dejaron ir.

“Un vecino se percató de lo que había pasado y le contó a mi mamá, que estaba sola en la casa. Llegamos a la casa como pudimos, ensangrentados, reventados.  Como pudo, mi mamá nos limpió, nos bañó y medio nos arregló.

“Al ratico llegaron a la casa los mismos guerrilleros. Mi mamá fue abusada por el guerrillero que se había quedado en la carretera. Fue violada delante de nosotros. Ella estaba en embarazo. Son cosas que a uno no se le olvidan.

“Duramos como cuatro días encerrados en la casa. (Los guerrilleros) no nos dejaban salir. Mi papá estaba trabajando en otra finca. Por eso no se dio cuenta de nada. Mi mamá, mi hermano y yo nos guardamos ese dolor interno (por muchos años). Hace como un mes mi papá se enteró de todo".

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Luego de ir y venir por casi todo el Meta, presionados por la guerrilla que quería reclutarlos a él y a su hermano, John y sus familiares terminaron en Bucaramanga. Allí vivía una tía suya. A ella le dijeron que la guerrilla los había desplazado. Nada más.

En la capital de Santander, siendo ya un adolescente, John estudió dos años. Aprendió algunas cosas de joyería y se le midió a cuanto trabajo le resultó. Pero se aburrió, entre otras cosas, porque el campo era lo suyo. Regresó al Meta. Esta vez al municipio de Granada. Al poco tiempo se enroló en el Ejército.

Pero la verdad fue que John se decantó por el servició militar con un solo fin: “Por rabia, por matar guerrilleros, porque las personas que me hicieron eso siguen vivas". Eso se lo hicieron saber vecinos suyos. Es más, le contaron que los tipos no se desmovilizaron nunca.

Hoy, John es un muchacho triste. No ha podido superar la pesadilla de hace nueve años. Dice que quisiera encontrarse con los hombres que violaron a su madre, a su hermano y a él. “Si me los encuentro, o me matan o los mato", indicó, molesto.

De todos modos, “yo creo en la justicia, yo creo en la JEP", advirtió John, quien observó finalmente que su sueño es que en Colombia haya una paz definitiva para que, por ejemplo, pueda estudiar alguna carrera, como veterinaria, o alguna otra relacionada con animales.

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Anderson Escobar tiene hoy en día 31 años. Es el menor de tres hermanos. Tiene dos hermanas mayores. Su infancia no fue fácil. De acuerdo con su testimonio, su madre siempre lo maltrató de niño. Le pegaba por todo. Porque no hacía bien las cosas o porque no entendía bien lo que le ordenaban.

“Cuando tenía 12 o 13 años, no recuerdo bien, estaba por el parque de Florencia y me abordó un guerrillero con un fusil y me llevó por el sector de la antigua plaza de mercado. Ahí abusó de mí. El guerrillero era del frente 47, al mando de alias 'Karina'.

“Nunca volví a ver a ese guerrillero, pero yo siempre vivía con mucho miedo porque la guerrilla se mantenía en el pueblo. Nunca le conté a nadie lo que me pasó. Fue tal la depresión que, al otro día (de la violación), tomé veneno, pero me llevaron al hospital y gracias a Dios estoy vivo.

“Mi familia nunca fue unida. Todos llenos de problemas. De líos económicos. Nunca hubo afecto entre nosotros. Cada uno por su lado. Nunca tuve posibilidad de quererme con mis hermanas. Mi mamá me maltrató mucho, con palos y todo. Mi papá nunca me reconoció, pero yo sé quién es. Fue profesor mío.

“Lo de la violación fue muy difícil para mí porque, por ejemplo, empecé a identificar que tenía problemas con las parejas. Ese recuerdo siempre estuvo ahí. Fue un recuerdo que nunca me dejaba avanzar porque siempre pensaba en eso. Es como uno estar en la cárcel a toda hora.

“Cuando tenía 17 años me vine caminando para Bogotá. Durante la caminata, por miedo, nunca me atreví a pedirle a algún carro que me arrastrara. Salí de Florencia un martes a las seis de la tarde y llegué a Bogotá un sábado a las cuatro de la tarde.

“Me vine de Florencia por la violencia, por tantos muertos. Cada rato había enfrentamientos de la guerrilla con paramilitares. Vi matar a mucha gente. Hasta me tocó ver matar un policía a mi lado. La verdad es que la situación era muy difícil.

“A Bogotá llegué sin plata, sin ropa, sin nada. Llegué donde un primo, pero él me dio posada solo 15 días. Tal vez porque yo no era avispado o porque vivía con miedo a toda hora. Entonces me tocó dormir en la calle siete meses. Me tocó sacar comida de la basura. Era tanta el hambre que no me daba asco.

“Después, cuando cumplí la mayoría de edad, me dieron trabajo ayudando a pavimentar calles. En eso estuve un año. De ahí me fui para Marquetalia, donde terminé el bachillerato. Allá me picó una culebra. Me dieron dos preinfartos. Duré 20 días en coma.

“Al final logré salir adelante porque siempre quise estudiar. Lo más importante de mi historia es que nunca cogí vicios ni tomé decisiones que me llevaran a un abismo. Siempre tuve el sueño de ser una persona de bien, de tener un trabajo, de ser una persona normal, como lo desea todo el mundo".

Actualmente, Ánderson trabaja en la Alcaldía de Samaná. Se ha propuesto a enseñarles a su mamá y a sus hermanas lo importante que es la unión familiar, “así ellas piensen distinto a uno", recalcó.

Atrás, lentamente, han ido quedando las pesadillas de Ánderson en Florencia. Dice que le encanta trabajar en temas sociales, sobre todo con mujeres y gente joven.

Y sueña, como John, con una Colombia en paz para siempre.​

(*) Nombre cambiado a petición de la víctima.