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Excombatiente Poliodoro Navarrete resiste pese a las adversidades

El día que atentaron contra su vida, Poliodoro Navarrete López se encontraba en la casa de su hermana, en el municipio de Granada, en el departamento del Meta. Era sábado 18 de febrero de 2017 y hacía un calor infernal en el barrio Sabana, tal vez por encima de los 30 grados.

Navarrete había llegado la noche anterior de Villavicencio. Con la ayuda de dos de sus sobrinos, le había construido la vivienda a su hermana. Le había quedado muy bonita, según sus propias palabras. Navarrete se había convertido en un talentoso maestro de obra pocos años después de haber abandonado la otrora guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Era incluso capaz de hacer una casa desde sus cimientos.

“Ese sábado, estando ahí, empañetando, me llamó un muchacho (al que conocía de vista) y me dijo: 'Venga hablemos'. (El hombre) se sentó a un lado y me mostró en el celular unas fotos (como de construcciones). Mejor dicho, me embobó", recordó Navarrete, de 36 años, durante una entrevista con la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz.

De acuerdo con la narración de Navarrete, “yo estaba agachado y le estaba dando la espalda (al sujeto que lo invitó a hablar). De pronto oí un ruido y volteé a mirar. No tuve tiempo de nada. El tipo ya tenía la mano estirada y me estaba apuntando a la cabeza. Entonces yo me moví, pero de todos modos me alcanzó a pegar un tiro".

Eran las 11 y media de la mañana.

El agresor se fugó de inmediato. Navarrete calcula que, después del disparo que recibió, perdió el conocimiento unos 15 o 20 segundos. Cuando recuperó la consciencia, notó que a su alrededor todo era algarabía. Su hermana y su sobrina estaban histéricas.

“Hp, me mataron y dejé solo a mi niño (entonces de cuatro años)", pensó Navarrete, despavorido, y casi sin poder respirar, más por el pánico que por la herida de bala que cambiaría su vida para siempre.

Momentos después del ataque, Navarrete notó que algo andaba mal en su cuerpo: sus brazos se habían caído. No le respondían. Intentaba levantarlos o moverlos, pero le era imposible. Entonces, aturdido, le pidió a su hermana que le pasara su teléfono celular que había rodado por el suelo.

Una vecina empezó a sacudir a Navarrete para que reaccionara y saliera del aturdimiento. Sus allegados primero pidieron una ambulancia que nunca llegó. Luego pensaron que un taxi lo podía arrimar a una clínica. Con ese plan B tampoco tuvieron suerte.

Al final, en una motocicleta, Navarrete fue a parar a un hospital. Se fue en la mitad de dos personas conocidas de su familia. Esos dos hombres, poco después, tuvieron que salir de Granada “porque los iban a matar por haberme ayudado".

En la clínica “no me hicieron absolutamente nada. No me cogieron un punto". En el camino a la clínica, Navarrete notó que el problema en sus brazos había aumentado en cuestión de minutos. Aunque se asustó mucho más, les pidió a sus dos acompañantes que no corrieran mucho en la motocicleta para evitar un accidente.

En la clínica de Granada estuvo poco más de 24 horas. Posteriormente fue trasladado a un hospital de la capital del Meta. Apenas ingresó al sanatorio perdió el conocimiento. Estuvo más o menos una semana en el interior de una Unidad de Cuidados Intensivos.  Con los días fue dado de alta, pero, antes de la partida, los médicos que lo trataron le dieron una noticia devastadora que él veía venir: “Usted quedó cuadripléjico. Nunca más podrá volver a caminar".

Ese 2017 fue una pesadilla para Navarrete. No tuvo un día bueno. Los dolores en su cuerpo eran como una muerte chiquita. Su espalda le ardía interminablemente. Sentía como si se estuviera quemando por dentro y por fuera. En la casa de su padre, en el barrio granadino de Sabana, le colocaban en su espalda bolsadas de hielo para tratar de bajar un poco su temperatura. La última vez que estuvo en la clínica fue en enero de 2018.

“Yo sospecho que el atentado me lo mandó a hacer 'Gentil Duarte' (cabecilla de varios grupos de las disidencias de las Farc). Ese cucho es jodido. Es muy vengativo. El supone que yo sé muchas cosas de las FARC. A un tipo como Gentil Duarte no le conviene que uno sepa que usted mandó matar a tales personas, que usted mandó matar a tal familia, que usted secuestró en tal oportunidad", aseguró Navarrete.

La guerrilla

Tuvieron que pasar 25 años para que Navarrete volviera a ver a su madre. Ella lo abandonó hacia 1989. “Se fue y yo me quedé con mi papá. Ella dijo que me iba a llevar, pero yo le dije que me quería quedar con mi papá. La volví a ver cuando yo tenía 29 años", narró Navarrete, quien desde hace cuatro años pasa los días y las noches acostado en una especie de asiento que sus familiares han querido convertir en una silla de ruedas luego de que le instalaran rodachinas. Para una verdadera silla de ruedas, o para el aparato que se adapte a su cuadriplejía, no ha habido dinero.    

Navarrete nació el 11 de febrero de 1985 en el municipio de Puerto Rico, Meta. Toda su infancia transcurrió en Charco Danto, un remoto caserío puertorriqueño que siempre fue dominado por los guerrilleros de las FARC.

“Era una vereda totalmente guerrillera. Allá mandaban y siguen mandando las FARC. Primero, con el frente 1; después, con el 7, y luego, con el 44 (…) Cuando yo me volé mandaba el frente Camilo Torres. Y ahora están las disidencias", indicó.

Los rebeldes siempre llegaban a Charco Danto a hacer campamentos. Les gustaba mucho porque solo había dos habitantes civiles: Navarrete y su padre. Por eso nunca tuvieron temor de una eventual filtración de información. Es decir, según Navarrete, a los guerrilleros “no había quién los sapiara".

A los 11 años Navarrete terminó definitivamente en las FARC. Hablar de que a esa edad se fue voluntariamente con la guerrilla es un despropósito. Lo de Navarrete a todas luces fue un reclutamiento forzado, con una víctima muy particular: un niño.

Navarrete considera hoy en día que, si bien su “vinculación" definitiva a las FARC fue en 1996, en realidad desde que tenía ocho o nueve años ya era un mandadero de la guerrilla. Los alzados en armas lo enviaban, por ejemplo, a que llevara razones o a que fuera hasta una fonda cercana al campamento y trajera cigarrillos y comestibles. “Yo me acuerdo que ellos (los guerrilleros) se mantenían en la finca de nosotros" que se llama Las Gaviotas.

“Usted ya puede con el fusil y nos vamos a entrenamiento", le dijeron los guerrilleros a Navarrete. Después del entrenamiento, que duró unos tres meses, se convirtió en mano derecha de alias “Jackeline", una comandante guerrillera encargada de las finanzas del frente al que pertenecía Navarrete. Cuando creció un poco, es decir, a los 12 o 13 años, se volvió un experto en el manejo de lanchas con motor fuera de borda en el río Ariari.

Con el tiempo, al caserío Charco Danto llegó la compañía de alias “Antonio Pescador", con quien también anduvo un tiempo Navarrete. En 2001 apareció en la vereda la compañía de alias Ricaurte Páez, que en las FARC era una de las encargadas de vigilar y cuidar a lo que –según Navarrete– en el grupo guerrillero llaman prisioneros de guerra.

Navarrete jura que jamás estuvo en tomas guerrilleras a pueblos. Pero –advirtió– en 15 o 20 oportunidades se dio bala en combate con paramilitares y militares. “Yo nunca maté a nadie, es decir, yo nunca tomé un arma para vaciársela a alguien. En combates, en cambio, cualquier cosa puede pasar".

Durante los 11 años que permaneció en las FARC, Navarrete hizo al menos cinco cursos para explosivista, aunque su fuerte fue siempre el manejo de dinero.

En la guerrilla, Navarrete casi siempre estuvo encargado de las finanzas de los frentes a los que perteneció. Llegó a recoger en un día hasta 200 millones de pesos producto de los llamados “impuestos" de las FARC, esto es, el cobro por dejar comercializar en la zona cerveza, comida y, sobre todo, gasolina, que es la que más dinero genera.

“Un día me mandaron a colocar un cilindro en una casa. Resulta que los hijos de esa familia se habían volado y desmovilizado. Entonces esa familia quedó como objetivo militar (de la guerrilla)", dijo.

Y agregó: “La verdad es que a mí me dio pesar poner ese cilindro porque en la casa había niños pequeños, de tres y cuatro años. Además, los que se desmovilizaron de esa casa eran amigos míos desde pequeños (…) Yo no le voy a hacer eso a esa gente", pensó Navarrete en voz alta.

“Camarada –le dijo Navarrete a Ricaurte Páez–: me da mucha pena con usted, pero eso yo no lo voy a hacer porque, primero que todo, ellos a mí no me han hecho ningún daño como tal. Y segundo, porque los cuchos (o los papas de los desmovilizados) no tienen la culpa de lo que hicieron sus hijos".

La respuesta de Ricaurte Páez para Navarrete no se hizo esperar: “Gran hp: aquí el que no sirve pa matar, sirve pa que lo maten". Por su “desobediencia", Navarrete fue amarrado a un palo durante ocho días.

Navarrete aún tiene en su mente sus últimos años en la guerrilla. Recordó, por ejemplo, que hacia 2005 –durante el gobierno del expresidente Álvaro Uribe– el Ejército arreció con todo contra las FARC en el sur del país. Al decir de Navarrete, el objetivo del gobierno de entonces era tratar de neutralizar a quien a la sazón era el comandante militar de las FARC: Víctor Julio Suárez, más conocido como “Jorge Briceño" o “el Mono Jojoy".

“Una vez 'el Mono' pasó por el campamento donde nosotros estábamos, en Barranco Colorado. Pasó con muchísima gente. El cucho (Jojoy) era buena gente. Se hacía lo que él dijera porque era el patrón", opinó.

“Hasta 2005 yo era consciente de que era guerrillero, guerrillero… Era de los que pensaba que 'aquí me tienen que matar'. Después fue pasando el tiempo y me desmoralicé. Pensaba que cómo era posible que yo, que había nacido y me había criado con ellos, terminara amarrado a un palo como una res. Ese era un pago muy injusto", observó.

De acuerdo con Ángela María Escobar, coordinadora nacional de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales –una organización sin ánimo de lucro que reúne a 665 mujeres que fueron víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado–, el testimonio de Navarrete hará parte del informe que próximamente se entregará a la JEP por parte de un grupo de hombres y mujeres que, siendo menores de edad, fueron reclutados por grupos armados al margen de la ley. ​

​​La fuga

“El 30 de noviembre de 2005, en La Esperanza, tuvimos un combate con los paramilitares. Ellos eran como 800 y nosotros 70. Los sacamos corriendo. Hubo muchos muertos. Los 'paras' nunca me parecieron buenos combatientes. Poco entrenamiento y sí mucho vicio, como marihuana y bazuco", dijo.

Navarrete se fugó de las FARC el 6 de abril de 2007. Entonces se fue para San José del Guaviare. Se puso a trabajar en construcción. Estando allá los guerrilleros lo llamaron y le dijeron que cuidado con lo que estaba haciendo, que a sus oídos había llegado el rumor de que estaba aliado con la Infantería de Marina. Navarrete lo negó.

Luego se fue a trabajar a La Libertad, Guaviare, donde las autoridades lo ubicaron y le aconsejaron que lo mejor que podía hacer era desmovilizarse porque, de lo contrario, no le iba a alcanzar ni esta vida ni la otra para pagar en cárcel lo que había hecho como guerrillero. Al final, un helicóptero lo trasladó de Guaviare a Bogotá.

En la capital colombiana, los militares le sacaron prácticamente toda la información que tenía sobre las FARC. Es más, lo obligaron a que tenía que acompañarlos a combates en el sur del país, so pena de desconocerlo como desmovilizado y sí, en cambio, enviarlo a prisión por múltiples delitos.

“Desde que uno se desmoviliza o se vuela es objetivo militar total de la organización", precisó. En Bogotá, Navarrete se puso a trabajar en actividades relacionadas con la construcción. Se ganaba 35.000 pesos diarios más horas extras.

La actualidad

Sobre el proceso de paz que en noviembre de 2016 sellaron el gobierno nacional y las FARC, Navarrete consideró que “ese es un tema delicado" porque “de pronto el gobierno no cumple, pero la guerrilla tampoco".

Y sentenció: “Si a los guerrilleros que nacieron allá, en la guerrilla, no les ayudan, antes que ponerse a robar y a sicariar (o asesinar), pues se vuelven para la guerrilla (en este caso, las disidencias de las FARC o incluso del Ejército de Liberación Nacional o Eln).     

Al final de la entrevista, se le preguntó a Navarrete cómo veía su futuro en medio de tanta invalidez y tantas estrecheces económicas. Agotado, solo se limitó a responder: “La vida es muy bonita, y si Diosito me tiene así, así estamos bien".​