Inicio de sesión






​​“La paz no se trata de herir a las víctimas, así sea con palabras”: dice general (r) Luis Mendieta

El día que el Ejército lo liberó después de permanecer casi 12 años en poder de la otrora guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el general de la Policía Luis Herlindo Mendieta Ovalle estaba cumpliendo 53 años.

Ese 13 de junio de 2010, el general se había levantado más apesadumbrado que de costumbre. Era su duodécimo cumpleaños en cautiverio. Los 11 anteriores los había “celebrado” en la soledad de la selva, normalmente con una lágrima en la garganta.

Soñaba siempre con una copa de vino en sus manos, soplando interminablemente velas y partiendo una deliciosa torta con la mejor compañía del mundo: su esposa María Teresa Paredes y sus hijos José Luis y Jenny.


A sangre y fuego

La tragedia del general había empezado hacia las cuatro y media de la mañana del domingo primero de noviembre de 1998. Ese día, varios centenares de guerrilleros asaltaron a sangre y fuego la remota población de Mitú, la capital del departamento de Vaupés, en el sureste colombiano y en límites con Brasil.

Apenas empezó la balacera y los cilindros bomba comenzaron a retumbar por todo Mitú, el general –con grado de teniente coronel para finales de 1998– les dio la orden a sus hombres de tomar las posiciones de defensa, no solo en el comando de Policía, sino también en puntos clave de la ciudad como la Fiscalía, el Banco Agrario, la Registraduría, el Vicariato Apostólico y el colegio.

“Tomadas esas posiciones cuando inicia el ataque, posteriormente hay el reporte a los mandos (o superiores mediante) comunicación radial y ya entramos a defendernos”, recordó el general –hoy en retiro– durante una entrevista telefónica con la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz.

El exoficial contó que, en medio del feroz combate, y como ya estaba previsto que el ataque iba a ser violento y demoledor, con un celular de esos que hace 22 años llamaban “panela” telefoneó a su esposa y la puso al tanto de la situación en que se encontraban él y sus policías.

“Mi esposa es muy católica. Estudió con monjas. Entonces le pedí que orara por mí y por los que estábamos defendiendo esa posición (en la capital vaupense). Fue como una despedida porque sabíamos que (los guerrilleros) prácticamente nos iban a acabar. ¿A quién se le pega uno en ese momento? ¡A Dios!”, recalcó el general, que nació hace 63 años en el municipio boyacense de Tinjacá.

Pasadas las cinco de la tarde de ese aciago domingo, los disparos y las explosiones disminuyeron un poco en Mitú. La suerte, no obstante, estaba echada. Las FARC habían destruido parcialmente la población.

Los centenares de rebeldes que participaron en la embestida terminaron por imponerse a los integrantes de la fuerza pública. El saldo para la Policía no pudo ser más trágico: 17 uniformados muertos y 61 más hechos rehenes por la guerrilla, entre ellos el teniente coronel Mendieta.


Frustración

Pero, ¿qué sintió en ese momento? Según las palabras del general, “frustración porque ya en ese momento no había nada que hacer. Frustración porque ya para ese momento había muchos (de sus) hombres muertos” como consecuencia de la cantidad de insurgentes que hicieron parte de la arremetida y por el uso de explosivos y armas no convencionales, como cilindros bomba.

Cuando salieron del comando de Policía, vencidos, los policías sobrevivientes observaron con dolor que todo a su alrededor había sido arrasado. “Pensamos que nos iban a fusilar”, comentó el general.

Y mientras le pedía a Dios una mano para salir avante de tan terrible prueba, en la cabeza del general solo retumbaba una pregunta: “¿Cuándo volveré a ver a mi familia?”.

En realidad, la despedida por teléfono con su esposa María Teresa fue a medias. No fue definitiva. Es más, ese domingo no pudo hablar ni con José Luis ni con Jenny. “Yo le pedí a Dios con fe: ‘Señor, permíteme de nuevo regresar a casa y estar con ellos’. No sé, pero uno se aferra a Dios para que le permita vivir un poco más, unos minutos, unas horas, unos días, para volver a ver a los seres queridos”.

El general, incluso, consideró la posibilidad del suicidio cuando se vio parado en las ruinas de lo que fue Mitú. Pero sus principios religiosos, los que le inculcaron sus padres, lo hicieron reaccionar en cuestión de segundos. “Que sea lo que Dios quiera”, pensó en voz alta.


El cautiverio

Los primeros meses del cautiverio fueron difíciles para el teniente coronel Mendieta en el frente primero de las FARC. Uno de sus carceleros, alias “Óscar”, literalmente se la dedicó a mañana y tarde. “Si lo vuelvo a ver hablandocon sus hombres, lo mato”, le dijo “Óscar” en cierta oportunidad. Entonces le tocó aislarse para no meter en problemas a nadie.

Con el inicio oficial en enero de 1999 de los diálogos de paz entre el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana (1998-2002) y las FARC, el excomandante de la Policía de Vaupés fue trasladado junto con otros rehenes hacia la llamada “zona de distensión”.

En consecuencia, la situación cambió por completo para el general. También fue relevado “Óscar” como custodio de los prisioneros. “Empezaron a tratarme como a los demás (compañeros de infortunio)”.

Los dos primeros años de la retención fueron más o menos manejables para el general y los demás policías. Entre todos fijaron unas reglas de convivencia para hacer más llevaderos sus interminables días. Los alimentos, muy escasos por cierto, se repartían equitativamente. La poca ropa que les daban la distribuían al azar para evitar problemas o por los colores o por las tallas.

Desde luego varias veces hubo molestia entre los uniformados por la escasez de elementos de aseo personal. Pero todo era solucionable. Si llegaban 30 toallas para repartir entre 60 personas, el problema se resolvía así: el acreedor de la toalla nueva estaba obligado a darle la usada a su colega.

“Ese hecho de compartir lo poco que había, como que despertaba mayor solidaridad. Mire: si llegaba una gaseosa, prácticamente la distribuíamos con gotero para que a todos nos tocara por igual”, enfatizó el general, quien en octubre de 2014 estuvo en Cuba como miembro de una de las delegaciones de víctimas que narraron sus historias ante los delegados del gobierno colombiano y de las FARC en la mesa de negociación de La Habana.


Los peores días

La del general con las FARC fue una odisea larguísima en la que vivió y soportó de todo. Los momentos más difíciles, sin embargo, los padeció durante el tiempo que literalmente estuvo inválido. Muchas veces, humillado, tuvo que arrastrarse para poder ir a hacer sus necesidades fisiológicas.

“Estuve cinco semanas sin poder caminar, enfermo. Antes de esas cinco semanas caminaba con un palito para poderme apoyar. Después, cuando estuve más limitado, utilizaba dos horquetas que hacían las veces de muletas. Fue un tiempo muy duro porque, aparte de no poder caminar, tenía paludismo y esos síntomas de fiebre, diarrea y dolor de cabeza. Parecía ser el fin, pero yo seguía aferrado a Dios”, agregó el general, que inició en Bogotá su carrera como oficial de la Policía en 1974.

En 2008, el general y quienes se encontraban con él se quedaron sin radios. Las FARC se los quitaron arbitrariamente. Por tanto, los rehenes no tenían en qué escuchar ni música ni fútbol ni noticias. Quedaron totalmente incomunicados de Colombia y el mundo.

A finales de 2009, un guerrillero le dijo a uno de los rehenes que en un accidente de tránsito había muerto un sobrino del general. A los pocos días la “noticia” fue “ajustada”: que el muerto había sido José Luis, el hijo del general.

Durante por lo menos siete meses mantuvo aguados sus ojos por la suerte de su hijo. Solo cuando lo liberaron vino a saber que José Luis estaba vivo, que no había sufrido ningún accidente.


Los 15 de Jenny

Hubo un momento de la retención que el general aún confunde con la alegría y la tristeza. Sucedió que, a principios de este siglo, el periodista Jorge Enrique Botero entrevistó en la capital colombiana a la esposa y a los hijos del exjefe policial. El reportero pudo llegar a la selva y le mostró las grabaciones y los mensajes que le habían enviado sus seres queridos.

Por ejemplo, Jenny aseguró llorando en el documental de Botero –que se llamó “Cómo voy a olvidarte”– que del cautiverio de su padre hubo (hasta ese momento) un día especialmente triste para ella: el de sus 15 años. “Fue que él nos dejó chiquitos (…) Cuando él llegue, ya no nos va a conocer bien”, opinó Jenny, que en 2009 se graduó de médica veterinaria.

Unos meses antes de que Jenny cumpliera sus 15, al general y a otros cautivos se les permitió enviar a sus allegados pruebas de supervivencia. Entonces él aprovechó para mandarle a su adorable hija una tarjeta en la que, aparte de felicitarla por su cumpleaños, le decía todo lo que la quería y la extrañaba. También, en un casete, le hizo llegar un sentido mensaje con Happy Birthday incluido.

“Todo lo relacionado con celebraciones especiales, como los cumpleaños de María Teresa, de mis hijos y de mis padres, era triste. También había tristeza en las navidades y en los 31 de diciembre. El Día del Amor y la Amistad o el Día de la Madre eran días duros porque no se podía festejar”, puntualizó.

De acuerdo con el general, los casi 12 años en que no pudo celebrar nada “repercuten hoy en día” porque “actualmente le dicen a uno ‘feliz cumpleaños’ y uno piensa que cada día es maravilloso. Siento como si todos los días fueran para mí de feliz cumpleaños”.


Alan Jara

De los políticos secuestrados que estuvieron con él en la selva, el general tiene un buen recuerdo de la mayoría, especialmente de Alan Jara, el exgobernador del departamento del Meta que en julio de 2001 fue secuestrado por la guerrilla.

En concepto del general, Jara fue un excelente coequipero y compañero de adversidad. El exmandatario regional estudió en la antigua Unión Soviética y allá conoció de primera mano lo que son las estrecheces y las escaseces.

Apenas llegó al campamento donde estaba el general, Jara se sintió como pez en el agua. No se le quitaba a nada. Colaboraba en todo. Nunca se veía decaído. Por el contrario, les daba ánimo a sus pares. En síntesis, en poco tiempo se convirtió en un verdadero líder.

Con la política colombo-francesa Íngrid Betancourt –secuestrada por las FARC en 2002–, el general compartió poco o prácticamente nada. Varias veces se encontró con ella en las agotadoras caminatas. No pasaban del saludo o de preguntas de rutina sobre la salud o sobre los mensajes que les enviaban sus familiares por la radio.


El hijo de doña Leonor

A pesar de que quiere enterrar todos los recuerdos de más de una década de penurias, el general es consciente de que eso le será casi imposible. Por ejemplo, el tema del intendente de la Policía Luis Hernando Peña Bonilla no le permite cumplir con su anhelado objetivo.

Peña, que también fue hecho rehén en la toma de Mitú, al parecer enloqueció en la manigua y habría sido fusilado por los guerrilleros.

“Peña tenía problemas psiquiátricos. Se había vuelto muy agresivo. Se desubicaba en el tiempo. Alistaba su equipo y decía: ‘Me voy, ya vienen por mí’. Con (el capitán Julián) Guevara (que falleció de muerte natural durante la retención) alcanzó a irse a los golpes. Entonces se le pidió a ‘Martín Sombra’ tratamiento médico para Peña”, relató el general.

Al final, Peña fue sacado del campamento donde estaba el general. Nunca más se volvió a saber de él. Su madre, doña Leonor Bonilla, aún sigue preguntando por su hijo. Nadie hasta ahora le ha dado razón.


Odio no, pero…

Pese a tanto sufrimiento durante la retención, el general advirtió que no odia a los guerrilleros y que todo el mundo merece vivir y ser respetado. Eso sí, es partidario de que paguen ante la justicia por los delitos cometidos porque ellos, si bien tienen derechos, también tienen obligaciones.

“Claro que todos queremos la paz, pero recordemos que las campañas de (Adolf) Hitler tuvieron como lema la paz. Hay unos que utilizan la paz para cometer actos violentos, para imponer su voluntad sobre los demás”, para él, “el objetivo de un proceso de paz no es solo que la persona abandone las armas. También es importante que desarme su espíritu, que sus acciones contribuyan a que haya paz (…) La paz no se trata de herir a las víctimas, así sea con palabras”.


Operación Camaleón

Es 13 de junio de 2010 y, según el relato del general, en las selvas del departamento de Guaviare “comienzan los disparos (producto del enfrentamiento entre el Ejército y las FARC) y veo la posibilidad de recuperar la libertad (en la denominada Operación Camaleón). Por eso yo me voy, a rastras, hacia donde están sonando los disparos. Pienso que, en el peor de los casos, si muero en ese combate, al menos la fuerza pública va a recuperar mis restos y se los va a entregar a mi familia.
“Cuando tomo contacto con los soldados, y veo que no he muerto, la verdad es que me siento libre. Cuando estoy en medio de los soldados, ya es la felicidad completa y entonces en voz baja le doy gracias a alguien que siempre me ha escuchado: ¡Dios mío, estoy libre!”.