​“Las mujeres aguantamos demasiado": víctima del conflicto armado y lideresa de Villavicencio​

Yury Marcela Serrato tiene hoy en día 40 años y prácticamente nunca ha podido dejar de huir de la violencia.

Primero fue en 2000, cuando alias “Giovanni", un temido guerrillero de su natal San Juan de Rioseco, Cundinamarca, la obligó a ella y a toda su familia a abandonar el pueblo.

En esa oportunidad “nos desplazaron a todos", contó hace poco Yury Marcela durante un encuentro en Villavicencio con la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

Para esa época, los integrantes de las hoy pacificadas FARC eran amos y señores en San Juan de Rioseco. Hacían lo que querían. Casi que decidían quién vivía y quién no.

“La guerrilla en ese municipio tenía el control total. Manejaba todo, hasta el negocio de la cerveza. Allá entraba solo el que pagaba vacuna", explicó Yury Marcela, quien tiene tres hijas con un mayor en retiro del Ejército.

Durante la extensa entrevista con la Unidad de Investigación y Acusación, así recordó Yury Marcela sus orígenes y también sus primeros contactos con la violencia que ella detesta:

“Nosotros somos una familia muy humilde. Mi mamá hacía arepas, tamales y chorizos para vender en el pueblo.

Yo ofrecía esa comida en todas partes, incluso en la estación de Policía. Por el sector de La Virgen quedaba la base militar que había instalado el Ejército.

Siendo una niña, yo iba allá a vender los comestibles. Los milicianos del pueblo se dieron cuenta de que yo iba por ejemplo a ofrecerles arepas a las mujeres de los policías.

Entonces los guerrilleros empezaron a utilizarme, a que yo les trajera información de cuántos policías había, de cuántos soldados había.

Yo tenía unos ocho años. Eso se volvió para mí una cosa horrible, un tormento. Entonces le dije a mi mamá que me iba a ir del pueblo.

Cerca de la estación había una heladería que se llamaba El Deleite. Los milicianos estaban tomando ahí, pero yo no los vi.

Cuando yo fui a ofrecer mis empanadas, ellos me cogieron y me dijeron: 'Venga para acá. Váyase para la estación de Policía y nos dice cuántos policías hay'.

Yo no me les podía volar. Tuve que obedecer. Cuando estaba llegando a la estación de Policía, sonó una cosa durísima. Resulta que los milicianos mandaron un cilindro bomba contra la estación de Policía.

Gracias a Dios el cilindro cayó como cinco casas arriba de la estación. Quedó incrustado en un techo, pero no explotó. Lo que sonó fue cuando lo lanzaron".

****

“El tiempo pasó. Yo crecí, pero siempre con ese fantasma de que me tenía que ir para la guerrilla.

En una ocasión, incluso, me encerraron en una pieza para luego meterme en una camioneta. Pero cuando el tipo me fue a sacar, yo me le volé.

El tipo me tiró como con la cacha de un revólver y no sé en qué momento al tipo, por la borrachera, se le cayó el arma y con su arma le pegué en la cabeza. Y me le volé.

Un día empezó el cuento de que la guerrilla se iba a meter (a San Juan de Rioseco). Como a los dos días de ese comentario, llamaron a mi mamá y le dijeron que se tenía que ir del pueblo. Pero nos quedamos porque no teníamos para dónde irnos.

Por esos días (del año 2000) pusieron una bomba en la plaza de mercado y mataron a varios policías.

Yo fui con mi mamá (a presenciar lo ocurrido). Nosotros no vimos nada de malo en ayudarles un poco a los policías, como recoger partes de los cuerpos que quedaron tiradas en el suelo.

Apenas volvimos a la casa, nos llegó la razón de que 'si fue que les dolió mucho la muerte de los policías, el próximo carro bomba va a ser al frente de su casa'.

Nos dieron una hora para salir de la casa. Mi abuelita le dio una plata a mi mamá. Llegamos a Bogotá a pedir posada donde una tía, en (el barrio) Patio Bonito.

Conseguí trabajo en (el sector de) Unilago vendiendo cd's y tarjetas. La situación era difícil porque no conocía bien Bogotá. Además, yo no había terminado el bachillerato.

Mi papá y mi mamá insistieron en irse para San José del Guaviare y yo (en Bogotá) seguí dándole golpes a la vida porque tenía mis hijos a mi lado.

En Patio Bonito se reúne mucha gente de todo el país. Un día me encontré los milicianos ahí. ¡Qué problema! Me siguieron, me pegaron. Eso se volvió una cosa fea. Como pude, me les volé. Me tocó irme de Patio Bonito"

****

“Entonces me fui un tiempo para el Guaviare, donde todo era muy peligroso para mí, y después para Barranquilla, donde conocí a mi esposo.

Meses después volví a San José del Guaviare a visitar a mis padres. Allí conocí a una señora que se llamaba Elsa. La señora estaba llorando. Le pregunté qué tenía. 'Imagínese –le respondió– que vino la guerrilla, reclutó a mi hija, se la llevó hace dos años y ahoritica vuelve y se me lleva a la otra.

Le dije que denunciara, que uno no podía quedarse callado a toda hora. Me dijo que los papeles los tenía en la vereda El Tigre. Decidí acompañarla.

Estando allá, como a las dos horas, llamaron a amenazarnos. Para salir de San José del Guaviare tuvo que intervenir la Pastoral Social porque llegaron a la casa a matarnos, la guerrilla, por ir a denunciar el reclutamiento de esas dos niñas.

En esa oportunidad nos vinimos para acá, para Villavicencio, donde nos dieron una ayuda humanitaria.

Pasado lo San José del Guaviare y lo de Villavicencio, me fui para La Primavera, Vichada. Allá estuve varios años con mi papá y mi mamá. Para esa época mi esposo estaba en Armenia. En 2015 trasladaron a mi esposo para La Primavera.

En La Primavera tuvimos varios problemas con el Ejército. Yo hice unas denuncias y entonces el Ejército hizo un informe de inteligencia en el que decía que yo era paramilitar (…), que mi esposo sacaba información del batallón para entregármela a mí y que yo se la pasaba a las autodefensas.

Al final, a mi esposo lo echaron del Ejército.

En 2016 regresamos a Villavicencio después de dejar atrás cantidad de problemas en La Primavera. En ese momento pensé: 'No les voy a correr más. Definitivamente yo no tengo por qué andar corriendo. Que sea lo que Dios quiera'.

En Villavicencio nos vinimos a vivir a un barrio no muy bueno porque nos dijeron: 'Váyanse donde nadie los conozca'. Poco después nos hicieron un atentado. No nos pasó nada esa vez, aunque –a decir verdad– aquí nos ha pasado de todo.

Le dije a mi esposo que quería crear una fundación para ayudar a las víctimas (del conflicto armado). Empecé con mi liderazgo, a conocer gente.

Fundamos 'Mujeres sin Límite', una organización que alberga a unas 300 personas. Hay de todo: mujeres, hombres, niños, ancianos…

La pusimos 'Mujeres sin Límite' porque, en el momento en que la fundamos, los hombres que había en la reunión dijeron: 'Hagámosle un homenaje a las mujeres por toda esa resiliencia que tienen, porque no tienen límite'. Es que las mujeres aguantamos demasiado.

¿Qué hacemos en 'Mujeres sin Límite'? Hacemos talleres. Llamamos a las víctimas. Nos reunimos con ellas. Cuando vemos a las víctimas bajitas de ánimo, les decimos: 'Vengan, tranquilas, tenemos a una amiga que es psicóloga'.

Nosotras tenemos muchos amigos profesionales que nos ayudan gratuitamente. Nosotros no tenemos dinero. No les pedimos un peso a las víctimas.

En diciembre, por ejemplo, pedimos ropa de segunda. La lavamos. La arreglamos. La dejamos bonita. Hacemos paqueticos. Mejor dicho, en algo ayudamos.

Yo creo que el proceso de paz (sellado en 2016 entre el gobierno nacional y las otrora FARC) es algo aceptable para las víctimas porque, si no fuera aceptable, las víctimas no hubieran aceptado tantas cosas con las que no están de acuerdo.

Por las FARC siento rabia. No tengo ninguna empatía ni por las FARC ni por las autodefensas. Yo no apoyé al presidente (Gustavo Petro), pero todos los días rezo por él, porque le vaya bien, porque si le va mal, nos va mal a todos".

–Por último, doña Yury Marcela, ¿qué le pide usted a la vida?

–“No sé. Ahí vamos. Estoy viva", concluyó. ​​