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​“Perdoné y fue como quitarme de encima la piedra del Peñol".

C​​oordinadora nacional de Red de Mujeres Víctimas y Profesionales​

El martes 26 de septiembre de 2000 la vida de Ángela María Escobar cambió para siempre. Ese día, un cabecilla paramilitar y dos de sus subalternos la violentaron sexualmente en Guatapé, un municipio del oriente del departamento de Antioquia.

Todo había empezado unas semanas atrás cuando alias “Rafael", jefe paramilitar de la zona, abordó en una discoteca a Ángela María –a quien en Guatapé y en su vecino El Peñol llamaban cariñosamente 'la Flaca"– para pedirle que le “hiciera cuarto" o le ayudara a enamorar a una de sus amigas.

“Usted pues no es que es tan varón y tan guapo. ¡Conquístela usted!", le respondió Ángela María a Rafael con una franqueza que le salió del alma.

“Ese fue el detonante de todo lo que pasaría luego (…) En ese momento yo no les tenía miedo a los paramilitares; después, sí", agregó Ángela María durante una reciente y extensa entrevista en Bogotá con la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz.

Poco antes del incidente en la discoteca, Rafael había buscado a Ángela María para decirle que se había enterado de que ella iba a trabajar con la administración municipal en zonas rurales de Guatapé y que, por tanto, si veía u oía algo se lo comentara de inmediato, so pena de meterse en problemas.

“Un día yo iba para las veredas La Piedra y Sonadora. Yo iba en una moto cuando de pronto en una curva me pararon. Eso fue por ahí a las 11 de la mañana. Era la guerrilla. Y era la guerrilla porque en una camioneta blanca llevaban unos secuestrados de las Empresas Públicas de Medellín", recordó Ángela María, hoy en día de 55 años y madre de dos hijos.

De acuerdo con su relato, los guerrilleros “me preguntaron qué hacía yo. Les expliqué y me dejaron seguir para la escuela, donde les iba a dictar un taller a un grupo de mujeres. Cuando bajé al pueblo, dejé la moto en la Alcaldía (de Guatapé) y muy asustada me fui para la casa".

Como era de esperarse, los ilegales de extrema derecha se enteraron del incidente que había presenciado Ángela María, es decir, el de los secuestrados de las EPM. “Pero usted entenderá, y más en ese momento, que uno es neutro con los actores del conflicto", afirmó con vehemencia.

Poco después, durante unas fiestas en el pueblo, dos subordinados de Rafael abordaron a Ángela María y la obligaron a ir con ellos cerca de la represa de Guatapé. Literalmente, según sus palabras, “me pegaron una pela. Por ejemplo, me dañaron la dentadura por el mero hecho de no haberles contado" lo que había visto cuando iba para La Piedra y Sonadora.

Recuperada de la paliza, Ángela María trató de volver lo más pronto posible a su vida normal. Claro, ahora sí temerosa de Rafael y sus hombres.

El 26 de septiembre de 2000, hacia las dos de la mañana, Ángela María estaba celebrando en una discoteca de Guatapé el triunfo de un amigo suyo en un concurso municipal.

De un momento a otro hicieron presencia los paramilitares en la esquina de la discoteca. Ángela María se preocupó mucho. Entonces le pidió a “Ponina", su amigo, que sin hacer ruido salieran del lugar y que luego la llevara a la casa. Así fue. Ángela María y Ponina se marcharon en una moto. Apenas llegó a su vivienda, y para que le bajara un poco el efecto del licor que había ingerido, se metió en la ducha.

Cuando se estaba poniendo la piyama, escuchó que estaban tocando la puerta de su casa. Ella no se alarmó porque pensó que podían ser sus amigos que querían seguir la rumba.

Cuán equivocada estaba. En realidad, quienes tocaban la puerta de su casa eran Rafael y dos de sus malhechores. Entraron sin ser invitados. Se sentaron en la sala. Le pidieron a la dueña que les trajera vasos para tomarse unos tragos.

“De pronto Rafael se para, me empuja y me lleva para la pieza. Yo le decía: 'venga, venga, espere, espere'. Pero ahí no vale uno decir espere. Y ya él empezó a violarme. De pronto miro para un lado y ahí estaban los otros dos (paramilitares) tomando trago y burlándose de lo que el otro me estaba haciendo. Después ya siguieron los otros dos (con la violación)", narró Ángela María.

Apenas los tres paramilitares consumaron el atroz crimen, volvieron a la sala y siguieron tomando. Y seguramente burlándose de su víctima. Ella, mientras tanto, se estaba muriendo de miedo en su cuarto y escuchando a pocos metros las voces de sus agresores. Es más, pensó que la iban a matar. Por eso se quedó quieta en su cama, sin atreverse siquiera a llorar.

Cuando Ángela María sintió que los tres violadores habían abandonado su casa, lo primero que hizo fue meterse en la ducha y bañarse, “porque pensé que con el agua caliente se me iba a quitar toda la suciedad que ellos me habían dejado".

Cuando salió de la ducha, se subió a su cama y empezó a llorar desconsoladamente. No solo su cuerpo le estaba doliendo, también el alma. Lloró tanto que, al final, se quedó dormida por varias horas. De ahí en adelante, Ángela María, por temor, prácticamente no volvió a salir a la calle.

 

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Ángela María Escobar Vásquez nació el 28 de mayo de 1965 en Bello, un municipio localizado a pocos minutos de Medellín, la capital de Antioquia. Ella fue la menor de cinco hijos: tres mujeres y dos hombres. Nunca se casó.

A los 14 años, Ángela María fue abusada sexualmente por primera vez. Vivía en Bello y con un amiga se fue para un estadero del municipio de Copacabana a hacer una de las cosas que más le ha gustado siempre: bailar.

Un amigo que estaba en la mesa invitó a Ángela María a conocer el sitio. Caminaron un rato y de pronto el hombre notó que había una cabaña abierta. Entonces tomó a la entonces chiquilla, la introdujo en la pieza y cerró la puerta. “Y –según Ángela ​María– me violó. Yo en ese momento no entendí que había sido víctima de violencia sexual. Fue mi primera vez. Nunca hablé de eso con nadie".

Cuando tenía unos 17 años, su padre fue enviado a trabajar a El Peñol, un pintoresco poblado ubicado también en el oriente antioqueño, muy cerca de Guatapé.

Ángela María no fue a la universidad por varios motivos. El más importante, sin duda, fue que recién terminó el bachillerato (colegio Ferrini de Medellín) quedó en embarazo de su primer hijo, que actualmente tiene 35 años; el otro tiene 28.

Unas tres semanas después de que Ángela María fue víctima de violencia sexual por parte de paramilitares, en Guatapé hubo una “piscirrumba", que es una fiesta al lado de una piscina y en la que a los invitados los reciben de una manera bien particular: los tiran a la piscina con ropa y todo.

Como Ángela María vivía al frente de la piscina, salió un momento de su casa para ir a saludar a unos amigos que estaban en la rumba. Como para variar, a los pocos minutos se aparecieron los paramilitares en la “piscirrumba". Rafael le dijo a Ángela María que en su casa se le había quedado una gorra azul. Ella solo se limitó a entregarle las llaves de su casa y a decirle: “Si la necesita, vaya usted por ella". La verdad es que tenía pavor de que el sujeto la violara de nuevo.       

El 25 de octubre de 2000, un mes después de la agresión sexual, una amiga de Ángela María la invitó a dar una vuelta por la plaza del pueblo. En principio le dijo que no, pero al final se dejó convencer y aceptó.

Apenas llegaron a la plaza, los paramilitares abordaron de inmediato a Ángela María. Para esa momento ya había un nuevo “comandante" paramilitar en Guatapé llamado “Javier", quien sacó un revólver y en varias oportunidades se lo puso en la cabeza.

“Constantemente me decía que me iba a matar. Me ponía el revólver en la sien", comentó. Para esa época, el padre de Ángela María era un ciudadano prestante y conocido tanto en Guatapé como en El Peñol. Tal vez por eso fue que Javier le dijo: “No te mato por tu papá y tu hijo, pero te doy plazo hasta mañana a la una de la tarde para salir del pueblo".

El jueves 26 de octubre, el padre de Ángela María llegó a Guatapé por su hija menor. Hacia las 11:30 de la mañana salieron del pueblo huyendo de la muerte. Su hijo mayor se quedó en Guatapé. Más o menos una hora después estaban en El Peñol. Ángela María había dejado todo atrás, pero consigo llevaba lo más importante: la vida.

Cuando estaban terminando de descargar las pocas cosas que Ángela María había traído de Guatapé, su hijo mayor llamó a su abuelo para decirle: “Dígale a mi mamá que se vaya (también de El Peñol)". “¿Por qué? ¿Qué pasó?", preguntó el padre de Ángela María. “Es que acabaron de venir los paramilitares buscando a mi mamá para matarla", respondió el muchacho.

El atribulado padre convenció a su hija de que debía marcharse. Ángela María empacó la poca ropa que pudo y partió para la casa de una de sus hermanas, en Itagüí, otra localidad antioqueña ubicada en las goteras de Medellín.

 

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La década comprendida entre 2000 y 2009 ha sido la peor en la vida de Ángela María. Pocas personas pueden vivir para contar que en 10 años en su vida pasó de todo. Pero todo desagradable, triste, lleno de desesperanza y con dos intentos de suicidio como prueba.

Unos 20 días después de haber llegado a Itagüí fue llevada al psiquiatra. Ella no le contó que había sido violada. Solo le dijo que se había desplazado porque la iban a matar. Luego de un par de citas, el especialista le formuló droga para tratar de paliar la depresión y la angustia que la estaban consumiendo.

En una de sus pocas salidas a la calle, Ángela María se sentó con su hijo mayor en una cafetería a tomar tinto. El muchacho fue al grano y le preguntó por qué la iban a matar en Guatapé. Ella le respondió que no sabía. El chico la miró con consideración y le dijo que sabía todo. Le contó que pocos minutos después de que ella salió de Guatapé, a su casa llegaron Javier y otros cuatro paramilitares. Le dijeron que la estaban buscando para matarla porque Rafael y otros dos paramilitares la habían violado y no querían que contara lo sucedido.

“A mí en ese momento se me acabó la vida. Yo creí que ese secreto lo podía guardar para toda la vida. No le respondí mayor cosa a mi hijo. No ahondamos en el tema", evocó Ángela María, quien guardó un silenció profundo por unos instantes. El motivo: su voz se entrecortó por primera y única vez durante la entrevista.

 

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La convivencia en la casa de su hermana en Itagüí no funcionó para Ángela María. De allá se fue en enero de 2001. Entonces empezó a rodar de Herodes a Pilatos por todo Medellín y parte de Antioquia. Estuvo donde varios amigos del pueblo o conocidos de ellos.

La comida se la enviaba su padre desde El Peñol. Para reclamarla debía ir hasta la terminal de transporte de la capital antioqueña. Allí, en cierta oportunidad, se encontró con un hombre que, si bien la conocía, era cercano a los paramilitares de Guatapé. “No vuelva por aquí que la van a matar. Usted es objetivo militar", le dijo.

Por esos mismos días empezó un distanciamiento con toda su familia. “Esta mierda me la como sola, pero de esta salgo", le dijo a su hijo mayor. Anduvo por varias casas, siempre de arrimada y sufriendo humillaciones. En ninguna parte pegaba. Un sino siempre estaba detrás de ella. La vida se había cebado contra Ángela María. Es más, le tocó pedir comida en La Mayorista, la principal plaza de mercado de Medellín.

Luego, durante un tiempo, trabajó en un bar en la tradicional carrera Junín de Medellín. A medida que trabajaba lidiando borrachos, se fue entregando al licor y, en grado menor, a las drogas. Bebía diario. Varias veces, por falta de dinero, le tocó prostituirse. “Pero eso no era lo mío", dijo.

Un domingo llegó al bar con la muerte encima. Ella pensó que era el guayabo normal por las copas de más de la noche anterior. Terminó en la clínica. Casi la mata una peritonitis. Su familia la ubicó y le dio una mano. Pero apenas se recuperó volvió el alejamiento con sus seres queridos.

Aunque –según sus palabras– nunca le han gustado los hombres jóvenes, por la soledad y ante la falta de afecto se dejó conquistar de un hombre por lo menos 15 años menor que ella. Se fueron a vivir juntos. Al principio las cosas empezaron a marchar con relativa normalidad. Pero una noche el muchacho llegó enloquecido, tomó un cuchillo de la cocina y tiró a la cama a Ángela María.

La violó varias veces y –de acuerdo con el testimonio de Ángela María– “a cada momento me repetía que le tenía que decir el nombre del mozo. De un mozo que yo no tenía. Al final me inventé cualquier nombre para que me dejara un poco tranquila".

Después de múltiples abusos, el sujeto la obligó a sentarse desnuda en la sala. Así la tuvo durante unas seis horas. La regañaba. La maltrataba. Le decía las peores cosas. De repente a Ángela María se le ocurrió decirle que la dejara salir a la tienda a comprar unos cigarrillos. Tenía 900 pesos. El hombre al final accedió, pero solo le dejó poner la falda y la blusa, no ropa interior.

Apenas piso la calle, Ángela María se creció. Ofendió a su agresor con palabras de grueso calibre. Lo desafió a salir a la calle. Pero el cobarde no se atrevió a hacerlo. Se encerró en la casa. El resto de la noche, Ángela María la pasó caminando por las calles del barrio Buenos Aires y pensando qué había hecho en la vida para tener que padecer una tercera violación.

Agotada, se sentó en la acera de un centro médico del sector. Un enfermero se le arrimó y le preguntó qué le pasaba. Ella le respondió que necesitaba que un médico la examinara, pero le advirtió que no portaba el carné de salud. Al final un facultativo la atendió. Minutos después le explicó que, si bien tenía siete laceraciones en sus partes íntimas, no podía hacerle el tratamiento adecuado toda vez que carecía del carné que la acreditara como afiliada al sistema de salud.

Gracias a una amiga suya, la Policía apareció. El violador fue arrestado. Los uniformados también le dijeron a ella que los acompañara. Pero le advirtieron que no se podía bañar. Fueron a la Fiscalía. Allí un médico le confirmó lo de las siete laceraciones, pero a renglón seguido anotó que, como no había muestras de semen, era casi imposible demostrar la violación.

Sin una moneda de peso para pagar el transporte público que la regresara a su casa, Ángela María salió de la Fiscalía y se sentó en una banca a llorar y a pensar la vida. De pronto notó que alguien estaba a su lado. Era una mujer con muchos años encima que le preguntó qué le pasaba. Ángela María le contó su historia. La mujer sacó de uno de sus bolsillos 40.000 pesos y se los regaló.

“La señora se para, yo volteo a mirar y ya no había nadie. ¡Eso fue un milagro!", aseguró Ángela María, quien, antes de empezar el cambio extremo de su vida, se dedicó a la política, esto es, a ayudar en las campañas al Congreso de dos reconocidos políticos.

 

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Para principios de 2010, Ángela María ya era una mujer nueva. Los tiempos cambian. Próxima a cumplir 45 años, en Medellín tocó puertas como las de la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo para denunciar su caso de violencia sexual en Guatapé por parte de paramilitares.

A raíz de su visita a la Defensoría del Pueblo, por esos mismos días recibió una llamada telefónica para que asistiera a un taller que tenía como fin presentarles un proyecto psicosocial a mujeres víctimas de violencia sexual con ocasión del conflicto armado­. Allí se encontró con 30 mujeres que habían padecido su misma pesadilla.

Las compañeras del conversatorio contaron sus historias. Eran tan desgarradoras y tristes que Ángela María pensó en voz alta: “Dios mío, a mí no me paso nada. Lo que les pasó a ellas fue peor".

En adelante, Ángela María empezó a ser un apoyo para sus compañeras de lucha. Cuando alguna de ellas la llamaba y le decía que estaba mal, la invitaba a su casa para que se tomara un tinto y se tranquilizara. Por ese tipo de actuaciones, Ángela María empezó a ganarse un espacio en la Defensoría del Pueblo, que eventualmente la enviaba a Bogotá a talleres con mujeres que habían pasado por lo mismo que ella.

“Ahí empezó mi activismo", recalcó.

En una de esas visitas a la capital colombiana conoció a la antropóloga Pilar Rueda, su ángel guardián en los últimos 10 años y quien actualmente se desempeña como asesora del director de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP en Género y Enfoque Diferencial.

También, por esa misma época, se hizo amiga de Angélica Bello, una reconocida activista –víctima de violencia sexual, de atentados, de desplazamiento forzado y de secuestro– que se suicidó en febrero de 2013. Tanto aprecio le había tomado Angélica a Ángela María, que la última Navidad la pasó en su casa, en el barrio Prado Centro de Medellín.

En mayo de 2013, la antropóloga Rueda invitó a Bogotá a varias mujeres víctimas de violencia sexual, entre ellas a Ángela María, con el fin de conformar la Corporación Mujer Sigue Mis Pasos. Fue, sin duda, un homenaje a la memoria de Angélica Bello.

Embebida con el tema de las mujeres víctimas de violencia sexual, participando en talleres y conferencias y leyendo todo lo que caía a sus manos sobre el referido asunto, para Ángela María llegó un año clave en su vida y en su activismo: 2015. “Yo ya era una mujer renovada. Ya no existía esa Ángela María que había sufrido tanto. Esa Ángela María había quedado atrás", anotó.

En mayo de 2015, Pilar Rueda –que desde un año antes estaba hablando de la importancia de crear una red de mujeres víctimas de agresión sexual– llamó a Ángela María a Medellín y la invitó a pasar una temporada de seis meses en Bogotá para que se metiera de lleno con la Corporación Mujer Sigue Mis Pasos.

La causa: que la representante legal de la mencionada organización había aducido motivos personales y debía ausentarse por un tiempo. Para ese momento, la red de mujeres ya estaba afinando sus cimientos. 

“Finalmente acepté, supuestamente por seis meses, y ahora, en este julio, cumplo cinco años en Bogotá", observó Ángela María, una mujer alta, blanca, de cabello largo, de ojos verdes, y aún flaca como le decían sus amigos de antaño.

En 2016 la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales se convirtió en una realidad. Incluso ese mismo año consiguió la personería jurídica. Desde entonces Ángela María es su presidenta, coordinadora nacional y representante legal.

Hoy en día la Red, cuya sede está ubicada en el barrio bogotano Los Alcázares, cuenta con 665 mujeres (de 10 regiones del país) que fueron violentadas sexualmente con ocasión del conflicto armado. Tiene reconocimiento nacional e internacional. Tanto que, el año pasado, junto con la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP, trajeron a Colombia al Premio Nobel de Paz de 2018, el prestigioso médico congolés Denis Mukwege.

“Antes de que los paramilitares me violaran vivía bien. Me violan los paramilitares y mi vida da un giro de 180 grados, pero para mal. Sin embargo, todo este proceso en que me metí en los últimos años ha sido muy favorable porque, por ejemplo, pude romper el silencio y contar sin pena todo lo que me sucedió", enfatizó.

Adicionalmente, la Red y su trabajo en Bogotá le han ayudado a Ángela María a crecer como persona. Su relación con su familia mejoró ostensiblemente. No volvió a consumir licor. Muchos menos drogas. Se ha pulido. Se prepara cuando tiene que hablar en público. Es una conversadora excelente. Es un referente para las mujeres que sufrieron su mismo infortunio y las invita para que no callen y rompan su silencio. Ahora ya sabe manejar un computador y es ducha en el manejo de proyectos relacionados con mujeres víctimas de violencia sexual. Ya ha estado en Cuba, México, Corea del Sur y varios países de Europa.

“Es que yo venía de la universidad de la calle y era muy 'gamina'", añadió.

En alguna oportunidad su hijo mayor, “cuando yo era prostituta sin querer", le dijo que “le daba vergüenza decir que yo era su mamá. Hoy en día me dice que más orgulloso de mí no puede estar".

En síntesis, recalcó, “ahora le encuentro sentido a la vida".

Con la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP, la relación de Ángela María y de la Red ha sido excelente.

A diferencia de otras autoridades judiciales, puntualizó, “en la UIA nos tratan como a seres humanos. Nos tratan como víctimas. Nos permiten participar en todos los procesos. Nos dictan talleres y conferencias de capacitación. Nos permitieron participar en la creación de un protocolo para víctimas de violencia sexual. Mejor dicho, yo llego a la UIA y es como llegar a mi casa".

Hoy, el corazón de Ángela María ya no alberga odios. “Yo ya perdoné hace rato y fue como quitarme de encima la piedra del Peñol". La venganza y el odio quedaron atrás “porque la vida hay que lucharla y uno no se puede dejar hundir".