​​“Sabiéndose la verdad, uno queda como más tranquilo", dice víctima del conflicto armado

La vida de Pablo Emilio Coronado está íntimamente ligada a la desaparición de su hermano José Gregorio hace 18 años.

“A principios del año 2000, en Plato (Magdalena) había mucha violencia" porque paramilitares y guerrilleros hacían de las suyas con la población civil, explicó Coronado en entrevista con la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

Para esa época, Coronado ya era un hombre conocido en Plato por su activismo. Había liderado, por ejemplo, varias actividades relacionadas con jóvenes.

“Cuando uno se mete en ese tema consigue muchos enemigos. Yo me metía mucho con el tema del reclutamiento de los jóvenes por los diferentes grupos armados. Siempre estuve ahí, tratando de que no cogieran ese camino, ni para un lado ni para el otro", comentó Coronado, un maestro de obra de 44 años y padre de dos chicas y tres varones.

En 2004, el hermano de Coronado, José Gregorio, terminó con éxito su servicio militar obligatorio. Entonces, con miles de proyectos en su cabeza, regresó a su tierra natal.

Una noche, después de tomarse unos tragos con sus amigos, José Gregorio fue abordado por desconocidos y obligado a montarse en un carro.

Al auto le decían “la última lágrima" porque, según palabras de Coronado, “todo el que se subía a ese carro jamás volvía a ser visto".

Durante muchos meses, Coronado se puso en la tarea de tratar de encontrar a su hermano. Pero la suerte nunca estuvo de su lado.

“Empiezo a preguntar por mi hermano y la gente me decía: 'Habla con ese man que a lo mejor él sabe'. Es que, en esos pueblos, esos grupos (armados al margen de la ley) tienen élites urbanas (o milicianos)", agregó Coronado, un hombre fornido, relativamente alto, bien hablado y, sin duda, de trato amable.

Tiempo después de la desaparición de su familiar, una tarde Coronado recibió una llamada telefónica en la que su interlocutor le dijo: “¿Quieres saber de tu hermano? Vente para acá que te vamos a dar información de él".

Sin pensarlo dos veces, Coronado salió en su motocicleta rumbo a una finca llamada Jesús de Río. Apenas llegó, notó que varios hombres lo estaban esperando. No lo dijeron pronunciar palabra. Ni siquiera le permitieron bajarse de la moto. Empezaron a golpearlo por todas partes. Uno de los agresores lo pateó en una de sus piernas y lo tiró al suelo.

“¿Quieres saber dónde está tu hermano? Aquí está, hijueputa", le decían los agresores a Coronado, quien por instinto solo trataba de protegerse de los golpes que iban y venían.

Y, de pronto, vino lo peor para Coronado: varios de los atacantes lo agredieron sexualmente.

Cuando se cansaron de golpearlo y de violarlo, los criminales dejaron a Coronado tirado en el piso, sangrando, semiinconsciente y semidesnudo.

Minutos después de la paliza, Coronado empezó a recuperar la conciencia y a darse cuenta de lo que le había pasado. Entendió que no era una pesadilla. Entendió que todo había sido una trampa y que había sido golpeado y violado y, lo más importante, entendió que lo que le había sucedido era un mensaje, ya para que dejara de buscar a su hermano, ya para que dejara su activismo en Plato.

“Si me hubieran querido matar, perfectamente lo pudieron haber hecho", opinó.

Pero, ¿quiénes fueron los atacantes?

Al decir de Coronado, “lo que se decía en Plato era que el bloque de las autodefensas trabajaba con el frente de (alias) Martín Caballero (un temido integrante de las otrora FARC que fue muerto por la fuerza pública en 2007). En Plato sucedieron varios actos en los que secuestraban a personas en áreas de las autodefensas y las víctimas terminaban siendo negociadas con la guerrilla".

En síntesis, para Coronado, “en Plato se vivió un complot entre guerrilla y autodefensas".

Como pudo, Coronado se arrastró y logró llegar a un sitio donde pidió ayuda. Allí dijo que se había caído de su motocicleta.

Horas después, en su casa, Coronado mantuvo la misma mentira. Solo a un médico amigo le contó la verdad de lo sucedido. El galeno le recomendó que lo mejor era que se quedara callado y que se fuera del pueblo.

Varios años después de la pesadilla en la finca Jesús de Río, Coronado se enteró de la existencia la Jurisdicción Especial para la Paz o JEP.

Coronado se enteró, asimismo, de que uno de los órganos de la JEP, la Unidad de Investigación y Acusación, había programado para marzo de 2021, en Turbaco, Bolívar, un evento con hombres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado.

Entonces Coronado se apuntó al viaje hasta Turbaco y, lo más difícil, se le midió a narrar por primera vez su historia de dolor.

“Eso fue tremendo", enfatizó Coronado, con la voz entrecortada.

Los programas organizados por la Unidad de Investigación y Acusación para las víctimas del conflicto armado, en concepto de Coronado, “nos han servido mucho (…) Nos han servido un 300%. Yo tenía una mentalidad de venganza, pero ya no porque yo no me puedo comportar igual o peor que los tipos que me hicieron daño".

–¿Qué opina del proceso de paz que en noviembre de 2016 sellaron el gobierno colombiano y las hoy pacificadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o FARC?

–“Aunque muchos lo han criticado, yo he sido un defensor muy fuerte del proceso de paz. Es más, eso a mí me ha costado muchas cosas".

“El proceso de paz ha servido porque esa zona de Plato y Carmen de Bolívar está muy bien ahora. Los campesinos volvieron a sus parcelas".

“Para mí, en el proceso de paz, ha habido sacrificios. Un proceso de paz cuesta, cuesta hasta vidas, cuestas muchas cosas".

–Y, finalmente, ¿qué pide para usted?

–No tanto la reparación económica. Para mí es más importante la reparación espiritual. Que se sepa la verdad. Sabiéndose la verdad, uno queda como más tranquilo.

El de Pablo Emilio Coronado fue uno de los testimonios que, el 17 de marzo pasado, en el puerto caribeño de Santa Marta, 82 hombres víctimas de violencia sexual con ocasión del conflicto armado entregaron en un voluminoso informe a la Jurisdicción Especial para la Paz.