​​​​​​​​​La historia de Nelly: toda una vida acosada por la violencia


Florencia, Colombia, 4​ de agosto de 2025 (@UIA_JEP) Luego de haber soportado por interminables años las tropelías y las burlas de paramilitares y guerrilleros en el sur del país, Nelly* no tiene la menor duda hoy en día de “que toda esa gente es igual".

 

Ella lleva más de tres décadas haciéndole el quite a la violencia. Su infancia estuvo marcada por el aire a narcotráfico en su natal Ansermanuevo (Valle del Cauca), donde nació hace 55 años.  Fue tal vez por esa compleja situación que, hacia 1980, sus tíos —unos respetables maestros de escuela— decidieron arrancar con toda la familia para el Caquetá.

 

Nelly tenía entonces 10 años.

 

Llegaron a Valparaíso, un municipio caqueteño que, según Nelly, “es un excelente vividero", o un remanso de paz cuya tranquila vida se vio afectada por la presencia de grupos armados al margen de la ley.

 

La guerrilla, el viernes 2 abril de 1993, asesinó al padre de la única hija de Nelly. Ella recordó así —en entrevista en Florencia** con el Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP— aquel aciago día protagonizado por integrantes de las otrora FARC:

 

Lo primero que hay que decir es que él (su compañero) había pagado Ejército y tenía el pelo bajito, como de corte militar. A él lo mataron en la inspección de Playa Rica.

 

Como hecho curioso, ese día notamos que nadie se había levantado en el caserío. Todo estaba cerrado. Entonces, mientras yo me fui a preparar un tetero para la niña, (su compañero) se fue para una quesillera que teníamos en la casa. De pronto, yo oí unas voces. Por un filito mire hacia abajo y me cruce la mirada con un guerrillero.

 

Escuché gritos y como pude me escondí detrás de la puerta. Entonces vi que tres tipos (guerrilleros) venían hacia mí. Como pude me arrastré y saqué a mi niña de los piecitos. Ella se despertó y yo me unté los dedos de baba para que chupara y no se pusiera a llorar. Yo escuchaba detrás de la puerta el ruido que hacía el arma del guerrillero. Para ese momento (su compañero)ya estaba muerto.

 

De pronto pasó el lechero, que era conocido nuestro, y le pedí que le avisara a mi tío lo que estaba pasando. Ciertamente él nos sacó y nos llevó para (la cabecera de) Valparaíso, donde empecé a perseverar" y a esperar la segunda parte de su pesadilla: las tomas guerrilleras y la llegada al pueblo de los paramilitares.

 

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El cuerpo del compañero de Nelly fue recogido por las autoridades en Playa Rica y llevado a Valparaíso. El domingo 4 de abril de ese 1993 fue enterrado luego de un concurrido sepelio, y también con la incertidumbre y los miedos propios de una mujer con una chiquilla de cuatro meses.

 

Apenas pudo levantar el ánimo, Nelly empezó a trabajar en un almacén de Valparaíso. Ella tenía claro que el padre de su hija ya no estaba y que tenía que sacar adelante a la pequeña. 

 

Adicionalmente, se le presentó un problema con el que no contaba: que a los abuelos paternos de su hija, más pudientes que ella, se les metió en la cabeza que querían criar a su nieta. Al final, Nelly solucionó el asunto que no tenía ni pies ni cabeza porque, a falta de plata, amor era lo que le sobraba a su hija.

 

La primera toma guerrillera a Valparaíso, en 1997, “fue muy brusca", según recordó Nelly. Ella le había permitido a su hija, de escasos cinco años, que fuera con otra niña a comprar una diadema. Se salvó porque su compañerita la alcanzó a llevar hasta la casa de un tío.

 

Fue una pesadilla completa. Todo fue bastante pesado. Hubo varios muertos, entre ellos unos niños. En la casa de nosotros alcanzó a caer una llanta llena de esquirlas", recordó Nelly, quien fue la tercera de cuatro hijos: tres mujeres y un hombre.

 

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Cuando creían haberlo visto y vivido todo con los atropellos de las FARC, a los habitantes de Valparaíso les llegó un nuevo dolor de cabeza, tan o más complicado que la guerrilla misma: los paramilitares. 

 

Terminaban los años 90 y se asomaba el nuevo milenio en Colombia.

 

No sabe uno qué es peor, si los unos o los otros" porque “la violencia no es buena de ninguna manera", opinó Nelly, quien agregó que los ilegales de ultraderecha se apoderaron de Valparaíso con una saña tal que les prohibían a las mujeres relacionarse con los policías para que no los entretuvieran en su trabajo.

 

En otra parte oportunidad, de acuerdo con la narración de Nelly, los paramilitares intentaron quemarle el cabello a un muchacho porque lo tenía largo, y a otro por poco lo fusilan por el hecho de estar pálido.

 

Es mejor que coja colorcito", le dijeron los paramilitares al asustado joven. “Si en la próxima lo volvemos a ver así, lo pelamos".

 

Fue un tiempo en Valparaíso en el que, de acuerdo con Nelly, las muertes perpetradas por paramilitares eran constantes, tras órdenes impartidas por los sujetos conocidos con los alias de “Paquita" y “el Cirujano".

 

En ese entonces, una de las muertes más comentadas en Valparaíso, según la versión de Nelly, fue la del dueño de un expendio de carne apodado “Sangre Negra".

 

Fue muy triste ver a la mujer y a los niños de ese señor caminando detrás suyo y rogando (a los paramilitares) que no lo mataran", contó Nelly, quien luego de padecer humillaciones, y hasta ser víctima de un acto sexual abusivo, optó por abandonar Valparaíso y darle una nueva oportunidad a su vida en Florencia.

 

Corría el año 2002.

 

En la capital del Caquetá conoció al que aún sigue siendo su compañero, y se dedicó también a una labor que siempre le gustó: trabajar por las mujeres y sus derechos. Cuatro años después se radicó en el municipio San José del Fragua y en 2007 se fue a vivir una temporada a Cartagena del Chairá.

 

Finalmente, y después de una amenaza en Cartagena del Chairá, Nelly se instaló definitivamente en San José del Fragua, donde fortaleció el trabajo con las mujeres. Para ellas —unas 30— siempre hay un mensaje contundente de parte de Nelly: “Tienen que luchar por sus hijos, por sus nietos, porque ellos son la nueva generación".

 

Y sobre las amenazas que eventualmente pueden sobrevenirle por su trabajo como activista, Nelly tiene claro que “yo todo lo dejo en las manos de Dios" porque “los tiempos de Dios son perfectos".​

 

—¿Y qué hay de su hija?

 

—Es muy bonita. Intentó ser rebelde, pero cambió y la verdad es que es muy noble. Además me ha dado lo mejor que me ha pasado en la vida: tres nietos.

(*) El nombre de la protagonista de esta historia fue cambiado a petición de ella por razones de seguridad.

(**) El 31 de julio y el 1 de agosto, expertos de la Unidad de Investigación y Acusación reunieron en Florencia a más de 40 víctimas del conflicto armado. El encuentro fue encabezado por Giovanni Álvarez Santoyo, director de la entidad, y conducido por Jairo Barón, jefe del Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones. Las víctimas contaron sus historias de dolor y se desahogaron. Luego de un ejercicio que consistió en la restauración de un jarrón roto, una de las víctimas dijo: “Cada pieza que pegamos fue una metáfora del perdón".