Las consideraciones sobre el trato no pueden separarse del sufrimiento como una verdad propia del secuestro, sufrimiento que no es solo el
resultado de los malos tratos sino del secuestro mismo y las víctimas lo señalan como un hecho que debe ser reconocido por los comparecientes
de las Farc-EP. Las víctimas sufrieron por la separación de la familia, de los seres queridos, de los proyectos y rutinas de la vida personal,
y por saberse definidos como un objeto para canje. La intimidación constante y el miedo además tuvieron como consecuencia rupturas de los
vínculos afectivos y pérdida de confianza en los entornos familiar, comunitario, empresarial y social.
Al mismo tiempo, las familias enfrentaron un intenso sufrimiento emocional y moral, que persistió incluso cuando pudieron reencontrarse con
sus seres queridos. La Sala de Reconocimiento pudo constatar en los relatos el sufrimiento causado por la falta de contacto con las familias
y la incertidumbre que ello generaba, especialmente en los cautiverios de larga duración.
Estos hechos marcaron un antes y un después en la vida de las personas. A ello se suma el sufrimiento moral por los rumores respecto al buen
nombre, pues el secuestro a veces fue presentado como el resultado a una supuesta corrupción del funcionario público o se justificó como
reacción a un “mal comportamiento”. Estas justificaciones alcanzaron a validarse en entornos comunitarios y sociales, generando injustos
estigmas y rechazos que a veces fueron alimentados por las justificaciones de la guerrilla.
Los relatos de las víctimas acreditadas sobre su vida después del secuestro ilustran el daño causado a la salud mental por el sufrimiento
físico, emocional y moral al que estuvieron sometidos. Las víctimas reportaron síntomas asociados con afectaciones a la salud mental, como
episodios de ansiedad, temor y tristeza persistente años después de los hechos. Para muchas víctimas el miedo es un compañero constante,
incluso años y décadas después de recobrar la libertad física. Las víctimas también sufren incluso después de haber sido liberadas por la
estigmatización que de manera injusta lo acompaña, con frecuencia por rumores infundados de que la víctima se “merecía” lo sucedido.
Algunas víctimas estaban en condiciones especiales de vulnerabilidad que intensificaron el sufrimiento. Las mujeres cautivas estaban en una situación adicional de vulnerabilidad y desprotección en un contexto masculino y militar, acentuando el temor por su vida y su integridad. La ausencia de intimidad para asearse y para defecar y orinar creó un sufrimiento diferencial a las mujeres, como incluso reconocen los comparecientes y como fue presentado por otras víctimas que observaban esta especial vulnerabilidad.
Así mismo, fue múltiple la afectación para los niños, niñas y adolescentes, familiares de personas secuestradas por las Farc-EP. Los niños, niñas y adolescentes sufrieron por la ausencia de sus padres, madres, abuelos y abuelas plagiados, debiendo crecer con esa ausencia, especialmente angustiante, por las privaciones de la libertad de larga duración. El secuestro dejó en estas generaciones un legado de vulneración y maltrato de sus padres, madres y abuelos; seres queridos que siempre habían sido figuras de amparo y seguridad.
La Sala de Reconocimiento pudo determinar que las privaciones de la libertad en algunas zonas deterioraron la calidad de vida no solo de las víctimas, sino de las comunidades campesinas. La afectación a los ganaderos y agricultores empobreció a las regiones, afectando especialmente a ganaderos y agricultores que vivían en fincas apartadas de la protección de las autoridades. La Sala tiene razones para concluir que esta afectación a las comunidades fue también moral. Es de especial preocupación la manera como el miedo y la desconfianza erosionaron formas históricas de cuidado comunitario apoyado en diversas tradiciones como mingas, compadrazgos, celebración de fiestas patronales y religiosas, y otros espacios de colaboración y solidaridad.