​​​​​​​“Soy una mujer que resucitó, que nació nuevamente porque encontré a personas que luchan por las víctimas de violencia sexual", Blanca Lucía Muñoz.​


Para “Blanquita", como cariñosamente le llaman sus compañeras, la vida no ha sido fácil, pues la violencia de grupos armados ilegales la tocó tempranamente. Ella es una mujer menuda, de maneras y voz muy suaves, hoy tiene 64 años y a pesar de los momentos difíciles, se siente vital. Fue mamá a los 16 años producto de una violación por parte de los combos de las bandas criminales de las comunas de Medellín, y luego, durante más de 9 meses, fue sometida a violencia  sexual casi a diario y obligada a servirles a los comandantes de un frente de la exguerrilla de las farc que operaban en una zona apartada en Antioquia.

 A su hijo lo tuvo pese a las múltiples voces que le decían que abortara, ella mujer de profundas creencias religiosas se negó a hacerlo. Sin embargo, no fue fácil asumir su maternidad. Cuenta que la primera reacción al ver a su hijo fue rechazarlo pues le recordaba el horror de haber sido sometida física y sexualmente por un hombre violento que ejercía el poder en su barrio en Medellín.

“Me negué a amamantarlo, mi niño lloraba y las enfermeras me pedían que le diera de comer. Pero un día por esas cosas de Dios, me cogió el sueño y a él me lo habían puesto cerca al pecho. De pronto el niño encontró mi seno y se pegó a él, en ese momento me asusté y sentí algo que no supe qué era, pero sentí mucha alegría, lo cogí, lo apreté, lloré y él pegado de mi seno", narra Blanquita con los ojos anegados en lágrimas.

Cuenta que el niño vivió con su mamá, porque siguió siendo amenazada por las bandas del bloque Nutibara de las AUC en el barrio Popular #1 de Medellín, de donde tuvo que salir huyendo. Como pudo trabajó para ayudar a la crianza de su hijo, aún así él creció sin su compañía y con muchos desafectos hacia ella.

“Él no me reconocía como mamá, me criticaba, me decía que yo no era la mamá, que se sentía avergonzado y eso me marcó tanto que me yo me aislé bastante. Incluso una vez me gritó en la calle que se sentía avergonzado por ser hijo producto de una violación".  El tiempo se ha encargado de reestablecer la relación madre-hijo, para el bienestar emocional de los dos: “aunque no vive conmigo, hoy ya me dice mamá, está reconociendo el error que él cometió, me llama y pregunta cómo estoy", comenta Blanquita.

En medio del drama que tuvo que vivir por la crianza de su hijo, y el peligro que ella seguía corriendo, Blanquita narra que su papá queriendo darle la oportunidad de mejorarle su situación, le dio un dinero para que se fuera lejos de Medellín a buscar una “nueva vida". Por un tiempo lo logró, pues montó un restaurante en Puerto López, Antioquia y durante seis años vivió tranquila e incluso adoptó a un niño.  

Pero la violencia sin tregua que dejó el conflicto armado, la volvió a tocar y de manera cruel.

“Una noche, se presentó un enfrentamiento entre la guerrilla de las farc y el ejército cerca a mi restaurante, hubo muchos heridos de ambos bandos y daños en las propiedades de quienes vivíamos cerca", recuerda Blanquita.

“Al día siguiente, por la tarde, volvió un grupo de guerrilleros, yo los ví bajar y pensé quien sabe qué pasó… regresaron más  y traían gente amarrada y pensé hay Dios mío qué esto, no puede ser. Ellos pasaron frente a mí y de pronto cuatro de ellos se devolvieron. Me llamaron y me dijeron venga, lo que pasa es que usted se tiene que venir con nosotros. ¿Por qué les pregunté? yo no he hecho nada malo. No, véngase, me dijeron.  Yo no quería. Entonces me golpearon, me dieron un culatazo,, me tiraron al suelo golpearon a mi niño adoptivo nos llevaron con ellos. Caminamos toda la noche por un camino de herradura y llegamos al campamento. Yo pregunté por qué me llevan? Usted dona tres horas en el hospital, no pregunte más, me contestó uno de ellos".

Se referían a las horas que Blanquita destinaba a hacer labores voluntarias en el hospital del pueblo y esa era la razón por la que los guerrilleros la llevaron al campamento en donde tuvo que atender a los heridos en combate, siempre bajo la amenaza de un fusil en su cabeza y “rogando a Dios" para que ninguno de los heridos que ella atendía, se muriera".  Dice que allá había hombres y mujeres llevados a la fuerza quienes cocinaban, lavaban ropa y desempeñaban oficios varios. Dando los primeros auxilios a los heridos estuvo un mes y luego le ordenaron que pasara a apoyar a las mujeres y hombres que se encargaban de cocinar.

“Ahí empezó mi martirio. Yo ayudaba en la cocina y tenía que llevarles a los jefes guerrilleros la comida. En una oportunidad les llevé la comida  uno de esos hombres tiró la comida y me dijo que lo que quería era estar conmigo; me agarraron entre varios, me rompieron la ropa y delante de todos lo que estaban con él abusó de mí, me obligó a hacer cosas horribles y me golpeó". Luego, la ofreció al resto de sus hombres.

Relata que a este crimen fue sometida muchas veces,  siempre en presencia de otros hombres. “Son cosas que para uno son la muerte, de las cuales uno se recupera, pero nunca olvida". Blanquita hoy reconoce que en medio de tanto sufrimiento pensó en quitarse la vida.

Además de la violencia sexual, recibió otros tratos degradantes, insultos, maltrato físico y fue obligada a vestir de camuflado y a empuñar armas. Así estuvo nueve 9 meses y 15 días. Un día, el cocinero, quien además se encargaba de comprar víveres e insumos para el campamento, aprovechó una celebración de cumpleaños le dijo, “hoy es tu último día".

“Pensé que me iba a matar, pero me puso un plato y me obligó a comer, a su señora también,  luego me dijo que fuera a recoger los trastos de la comida, fui a donde estaban todos, yo me asusté  y los encontré dormidos o borrachos, regresé corriendo y le pregunté, oye tu  mataste a toda esa gente?, me dijo tranquila, no están muertos, están dopados".

Cuenta que salieron corriendo primero y luego caminaron  toda la noche hasta llegar en la madrugada cerca Caucasia en donde se despidieron. 

“Me dio una mochila con algo de dinero me abrazó, lo mismo la señora y me dijo cuídate y salte de aquí rápido, vete porque nos vienen siguiendo".  Como pudo, Blanquita y su hijo adoptivo se subieron a un bus y llegaron a Medellín.

Esta vez de regreso del infierno, ya no contó con el apoyo de su familia.

“Me dijeron que me fuera que yo era una prostituta, que en donde estaba perdida, o sea no tuve apoyo de mi familia, me dieron la espalda. Alguien me ayudó por ahí, una señora me colaboró y me dijo que me quedara con ella y salí adelante. En este momento soy otra y no es fácil", lo dice con orgullo, y reflexiona sobre su vida en pareja que en algún momento quiso tener, pero que no funcionó por el estigma que conlleva una situación como la que vivió.

Blanca Lucía Muñoz, hace parte de uno de los 7 Grupos Focales que creó el Grupo de Enfoque de Género y Enfoque Diferencial de La Unidad, que junto a la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, trabajan para garantizar la centralidad de las víctimas, los enfoques de género, diferencial y territorial en tiempos de pandemia, asegurar una interlocución permanente con las víctimas y promover y apoyar su empoderamiento. 

Con la creación de estos grupos focales, la Unidad ha identificado las consecuencias, necesidades y propuestas específicas de las víctimas del crimen de violencia sexual a partir de sus identidades sexuales, de género, étnica, orientación sexual y otras condiciones como la de ser madres a la fuerza, la discapacidad y la edad.

“Los talleres de Grupos Focales me han fortalecido, son gratificantes y me han enseñado a tener capacidad para aprender, para ayudarse  uno mismo y ayudar a los demás. Agradezco a la Red de Mujeres y a Pilar Rueda. Ahora soy coordinadora y estoy replicando lo que sé con las mujeres víctimas. Esto es algo que a muchas mujeres nos ha servido para superar el miedo, para hablar", dijo finalmente Blanquita, quien encuentra todos los días un motivo para seguir su lucha.  ​