​​​Cándida Alfonso o el ángel de las víctimas de la guerra de Arauca

Los primeros eventos como lideresa que vienen a la memoria de Cándida Ramona Alfonso se remontan a la década de los 70.

Su madre no sabía leer ni escribir y ella la acompañaba siempre a los talleres del barrio La Esperanza de la ciudad de Arauca, donde los Alfonso vivían.

Entonces yo tomaba apuntes por mi mamá en esas reuniones que eran, por ejemplo, para aprender a cuidar pollos", le contó recientemente en Arauca Cándida Ramona al Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

Yo creo que desde esa época soy lideresa. Yo tomaba apuntes para explicarles después el contenido de las reuniones a mi mamá y a sus compañeras, porque la mayoría no sabían ni leer ni escribir", comentó la valerosa mujer de 59 años y madre de cuatro hijos.

El 26 de enero pasado, un equipo de expertos de la UIA –encabezado por Pilar Rueda, asesora de la Dirección– se desplazó a Arauca para presentarles a las autoridades de ese departamento el proyecto de un centro médico especializado en Villavicencio para víctimas de violencia sexual con ocasión del conflicto armado.

Entonces la primera que se hizo presente en el hotel donde se llevaron a cabo las reuniones fue Cándida Ramona. En Arauca todo el mundo la conoce. A ella le reconocen su trabajo en pro de las víctimas del conflicto armado –especialmente mujeres y desplazados.

Tal vez por eso es la actual Mujer Cafam Arauca. La organización del premio dijo en su momento que Cándida Ramona fue la ganadora porque “brinda apoyo social humanitario a mujeres y niñas con enfoque diferencial para el restablecimiento de derechos" y porque además, da albergue a las personas víctimas del desplazamiento".

El próximo 7 de marzo, Cándida Ramona competirá con las mujeres Cafam de los otros departamentos colombianos. Ese día podría convertirse en la Mujer Cafam 2024. Méritos y condiciones le sobran.

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El ejercicio de enseñarles a leer y a escribir a su madre y a sus compañeras del barrio La Esperanza empezó a fijar las bases de lo que sería la vida de la lideresa Cándida Ramona Alfonso.

Y, aunque apenas era una niña de 12 o 13 años, lo hizo con mucho gusto porque –según su relato–  “una persona que no sepa leer ni escribir no existe y siempre está a la sombra".

Es decir, su madre no podía ser inexistente ni estar en las sombras. “Fue una mujer increíble. Una mujer llanera, campesina, que trabajaba en fincas. Fue la mejor mamá del mundo".

Después vinieron los cuatro hijos. Y también vino el estudio. Terminó el bachillerato a los 33 años. Todavía se ríe de sí misma cuando recuerda que ella era la vieja del grupo. El mayor de sus compañeros de clase tendría, si mucho, 20 años.

Mis hijos se sintieron muy orgullosos de mí cuando terminé el bachillerato", agregó.

Hay una anécdota muy bonita de cuando me gradué: me dieron el diploma a la excelencia y mi hija, que estaba muy pequeñita, me dijo: 'Mamita: ¿a usted porque siempre le dan el diploma de primera?'. Le respondí: 'Porque yo siempre hago las tareas'. Me miró y me dijo: 'Entonces yo también voy a hacer siempre las tareas para ser la mejor", añadió.

Por esa misma época –finales de los años 90–, Cándida Ramona empezó a trabajar por las víctimas del conflicto armado de Arauca.

Ella es clara en afirmar que aunque la guerra no la ha tocado directamente, “¿quién en Arauca no ha sido víctima de la violencia? Aquí todos somos víctimas directas o indirectas. Aquí la situación siempre ha sido crítica".

—¿Por qué cree que la eligieron la Mujer Cafam Arauca?

—Por el trabajo que realizo y por la dedicación y el esmero con que trabajo por la comunidad.

Un trabajo por la comunidad que no empezó ayer. Primero fue en una junta de acción comunal. Después como edila de Arauca, en 1985. Y, finalmente, como activista de racamandaca con su llegada al asentamiento Bello Horizonte de Arauca o, mejor, unos terrenos abandonados de la Gobernación de Arauca.

Era el año 2010.

Meses después, Cándida Ramona y su amiga Doris Grass empezaron a recibir en Bello Horizonte a víctimas del conflicto armado, especialmente a las mujeres que llegaban solas con sus hijos.

Eso llegaban y llegaban víctimas. Todas con sus maleticas. Le decían a uno: 'Yo quiero un ranchito para meterme'. A la par, yo empecé a conseguir con la comunidad pedazos de zinc y pedazos de madera. Y lo más duro de todo: conseguir comida. Lo más duro que hay en la vida –dijo en medio de las lágrimas– es no tener comida para darles a los hijos".

—¿Hubo algún motivo para meterse en semejante faena?

—Tal vez la muerte de mi hijo. Él murió de muerte natural en 2010. Yo creo que para no pensar mucho, en Bello Horizonte, cogía una peinilla o una pala y trabajaba y trabajaba sin descanso.

—¿Alguna vez ha desfallecido?

—Muchas veces. Cuando eso pasa, me siento a llorar y cuando dejo de llorar pienso ahí mismo: “Tengo que seguir". Ahí mismo digo también: “Dame fuerza, Señor. Dame fuerza, Virgen Bendita, Madre Infinita que pasaste por trabajos más duros que los nuestros".

—¿Cómo se financian sus proyectos?

—Hemos contado con ayuda internacional.

—¿Ha recibido amenazas por su activismo?

—No, gracias a mi Dios.

—¿Algún día va a parar?

—No puedo.

—Y los hijos y los nietos qué le dicen…

—Ellos son felices.

—¿Ustedes se fijan si las víctimas son de guerrilleros o paramilitares?

—No, porque son mujeres, son niñas, son seres humanos. Allá están abiertas las puertas para todo el mundo. Allá escuchamos a las víctimas. A veces lo más importante para una víctima es que la escuchen.

—¿Qué consejos le da a su hija?

—Que la mujer nació para caminar a la par con el hombre. Que no se vaya a dejar maltratar.

—¿Cuándo descansa?

—Casi nunca. Nosotras somos 24/7.

—¿Qué gana con todo esto?

—Dinero, no, pero sí mucha satisfacción, mucha alegría.

—¿Qué piensa del proceso de paz que selló el gobierno con las FARC y del que está adelantando actualmente con el ELN?

—Que hay que seguir trabajando por la paz. Que (las partes) tienen que seguir negociando. Cualquier proceso de paz, bienvenido sea.