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La historia de María: “Mi dolor está cicatrizando poco a poco".

A los 57 años, María Castillo no esconde nunca su pasado. Alta, fornida, de aspecto noble y buena conversadora, dice que ha hecho de todo en la vida, menos robar.

“Toda la vida me ha tocado sufrir. Yo he trabajado en todo. He sido prostituta. Trabajé en talleres de mecánica. Trabajé lavando carros. Lavaba ropa en los ríos. Lo único que me faltó fue robar", indicó María Castillo durante una reciente entrevista en Bogotá con la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

María Castillo nació en un cafetero pueblo de Cundinamarca llamado Cachipay. Su padre fue policía. Su madre, una ama de casa que hoy vive aferrada a Dios y a su familia.

“Mi papá era policía y le dio una vida a mi mamá peor que la que se le puede dar al ser más despreciable del mundo", aseguró María Castillo, quien hace parte de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, una organización sin ánimo de lucro que en la actualidad reúne a por lo menos 665 mujeres que fueron víctimas de violencia sexual.

Hacia 1984, María Castillo se fue a trabajar a una finca de palma africana que quedaba a más de cuatro horas de camino del caluroso municipio metense de Cumaral. Allí trabajaba en el casino. Es decir, haciendo la comida para los trabajadores y los jefes.

Allí también empezó su tragedia.

Cierto día –explicó– se quedó sin queso para hacer un plato y entonces tuvo que salir de la finca donde laboraba y se fue caminando hasta un caserío llamado Veracruz. Compró el queso. De regreso a la finca, se encontró con dos integrantes de la Policía que empezaron a coquetearle. Eran como las cinco y media de la tarde.

“Venga, venga", le decían.

“Yo les dije que no me podía tardar, que yo me tenía que ir para la finca", agregó María Castillo, con los ojos encharcados.

“Pero –añadió– los policías me siguieron molestando. Yo les dije que respetaran, que yo era una mujer casada. Entonces me forcejearon y pasó lo que tenía que pasar: abusaron de mí entre los dos".

Derrotada y sin poder llorar, cuando ya había caído el sol, María Castillo llegó a la finca. “¿A usted qué le pasa?", le preguntó una amiga. “Qué estoy muy cansada y voy a ir a bañar", respondió.

Pero la realidad era otra. María Castillo estaba destrozada por dentro y por fuera. Según dijo, “la humillación no fue tanto, sino el dolor y la impotencia de tener que llegar a la casa y quedarme callada (por temor a represalias contra su esposo y su niño de dos años)".

Treinta y seis años después de aquella azarosa tarde, María Castillo no tiene claro hoy si fue un error “haberme quedado en silencio. Yo nunca he declarado esto (ante las autoridades). Jamás".

Pero hace unos tres años María Castillo conoció la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales. Ella había oído decir que allí les ayudaban a las mujeres que habían sido víctimas de violencia sexual.

Desde la primera reunión quedó impactada por la forma en que las chicas de la Red contaban sus historias de horror. “Este secreto lo guardé muchos años (…) Yo pensaba que esto solo me había pasado a mí", dijo.

Entonces –de acuerdo con María–, en otra reunión en la Red, “conté la mía y me desahogué. No había contado mi historia por el qué dirán, porque soy de una familia tradicional, por miedo a que me dijeran 'eso le pasó por tal o cual cosa', porque me daba miedo de que me rechazaran".

A partir de su “desahogada", María sintió que los encuentros en la Red le hacían bien porque “estos espacios le ayudan a uno a ir creciendo".

Hoy, es una mujer distinta. Cuando cuenta su historia, a veces llora, pero al instante cruza un comentario de optimismo y la frase que hay que seguir para adelante.

De sus agresores sexuales, los de 1984, observó (después de meditar por unos segundos): “Yo creo que perdonarlos no" porque “es un dolor que totalmente no ha sanado, pero que ha ido cicatrizando poco a poco".

Su vida ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Desde hace 12 años vive con un hombre que la quiere, que la respeta que la valora que “me pasó del infierno a la gloria". Con sorna, María Castillo comentó que antes había tenido varias relaciones sentimentales fallidas. En una de ellas, incluso, se casó, “pero me fue como a los perros en misa".

Vive con su madre, con su hermano y con su compañero sentimental. Con su madre, a propósito, ya hizo las paces. Durante muchos la odió por el trato que le daba cuando era pequeña. “Mi mamá me dio una vida muy dura por el odio hacia mi papá. Decía que yo me parecía a él".

Según María Castillo, “a mí mamá, con el tiempo, la entendí. Yo llevé durante muchos años el odio y el rencor contra mi madre por la forma como me trataba. Hoy en día la entiendo porque ella también sufrió su dolor, sufrió su condena con mi papá".

Sus dos hijos le salieron bien diferentes. La mayor, de 40 años, no le ha dado en qué sentir. El otro, en cambio, es drogadicto. Pero también es parte de la lucha diaria de María porque ella quiere verlo algún día como un ciudadano de bien y lejos de las drogas.

“Todo esto es mi pasado, mi dolor. Todo esto es lo que yo había llevado dentro de mí, mi secreto", concluyó.​