​​'Ya me subí a este tren de la paz y de aquí no me voy a bajar', dice víctima de reclutamiento forzado​

De los cuatro años que forzosamente tuvo que estar en la guerrilla de las hoy pacificadas FARC, Ana (*) tiene claro que no se amañó un solo día.

En esos cuatro años viví muchas cosas: torturas, violaciones sexuales, vi muertos, vi de todo", dijo recientemente Ana al Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz.

Ana nació en una vereda llamada Canoas del municipio caucano de Santander de Quilichao. Fue la mayor de tres hermanas. Sus padres eran agricultores.

Donde vivíamos era zona roja. Había mucha guerrilla. Usted los veía todos los días. Se paseaban por su casa, por su finca, por los cafetales, por los platanales. Por allá no había autoridad", relató Ana, quien es madre de dos hijos de 15 y 13 años.

Si bien Ana cursaba quinto de primaria en una escuela rural, “no había muchas opciones en educación" por parte de su familia.

Es más, sus padres le habían dicho que, aunque ella era la mayor de la casa, “no le podemos comprar los cuadernos o el uniforme o los zapatos (…) Ellos no tenían recursos. Mi familia era muy humilde".

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Un día de 2001, las FARC abordaron a Ana. Era entonces una chiquilla de 12 años.

De acuerdo con su narración, los guerrilleros le dijeron: “Sabemos que se llama Ana. Sus papás se llaman así, y me dieron los nombres de mis dos hermanas. O se viene con nosotros, o sus papás y sus hermanas no cuentan la historia".

Asustada, y con la inocencia propia de una niña de 12 años, Ana solo atinó a comentarles a sus reclutadores: “¿Pero por qué? ¿Nosotros qué les hemos hecho a ustedes?".

En realidad, respuesta de sus interlocutores no hubo. Tan es así que, muchos años después de ese doloroso hecho, Ana piensa en voz alta: “Juepucha, uno se orina del susto. En ese momento yo me puse fue a temblar y a llorar".

En síntesis, Ana no tuvo más camino que decirles a los guerrilleros “está bien", entre otras cosas, porque “tengo que salvarles la vida a mis papás y a mis dos hermanas".

Antes de dejar la casa de toda su vida, Ana –entre sollozos– les dejó una carta a sus papás y a sus hermanas. Les dijo que los quería mucho y les pidió que no se preocuparan por ella porque todo iba a salir bien.

Cuando yo llegó allá, (los rebeldes) me dicen: 'Ana, usted tiene muchas cosas para hacer aquí y nos va a servir", agregó Ana, quien en el momento vive en la localidad bogotana de Ciudad de Bolívar.

La verdad es que las “cosas para hacer" en la guerrilla, y que le fueron encomendadas a Ana desde el primer día, se resumen así: “A mí me enseñaron muchas cosas allá. Demasiadas cosas que uno no quiere. A manejar armas, por ejemplo. O a decirle a uno: 'Vaya mate a Pepito, es una orden".

Y la presión para perpetrar esos delitos, de acuerdo con Ana, era la misma: “Siempre la amenazadera con los papás de uno. O usted lo hace o usted lo hace. A mí me llevaban hasta ciertos metros de mi casa y me decían: 'Mire a su papá, mire a su mamá'. Y volvían y me llevaban" al campamento guerrillero.

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Cuando llevaba unos dos meses en la guerrilla, a Ana se le acabó de venir el mundo encima.

Los guerrilleros, añadió, “no contentos con que yo tenía 12 años, (cometieron en su contra) dos abusos sexuales. Yo no sabía siquiera que era estar con un hombre. Ni siquiera me había desarrollado (o tenido la primera menstruación)".

Así recuerda ella ese día:

En mi caso, me vendaron los ojos y me taparon la boca y la nariz para que no pudiera gritar. Yo ni siquiera supe quiénes fueron (…)

Después, por boca de otros compañeros, me enteré quiénes habían sido. De esas personas hay dos muertas. Dos quedaron allá (en el monte) y no sé si están vivas o muertas.

En la primera vez fueron tres tipos. En la segunda, también fueron tres. En otra oportunidad, como mi Dios es tan grande, otro muchacho se dio cuenta y le hizo escándalo al violador.

Le dijo: '¿qué le va a hacer a esa pelada?', y lo amenazó con un consejo de guerra porque, le advirtió, aquí no admitimos ni violadores ni viciosos. Pero eran muy poquitos los que sacaban la cara por uno".

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Después de cuatro años en las filas de las FARC, y tras varios intentos fallidos, a Ana se le metió en su cabeza una vez más que tenía que fugarse.

Se acercaba diciembre y desde luego la Navidad y el Año Nuevo. Aunque sus captores le habían dicho que sus padres habían muerto –en unas oportunidades– o –en otras– que ella estaba muerta para ellos, Ana no se sacaba de su cabeza la idea de volver a abrazarse con sus familiares.

Fue así como en los últimos días de 2005, Ana y otros tres menores de edad guerrilleros decidieron volarse.

Lo cuatro tomaron la determinación luego de un ataque de las Fuerzas Militares en un paraje del departamento del Huila.

En cuestión de horas, Ana –en su huida– terminó sola. En al menos dos oportunidades estuvo a punto de que milicianos –disfrazados de lecheros o enfermeros– la entregaran.

Rendida por las extenuantes caminatas de casi dos días, Ana pernoctó en una humilde casa. Claro, siempre con el temor de que fuera a ser traicionada por milicianos.

A las seis de la mañana del día siguiente, un grupo de hombres uniformados hizo presencia en la casucha y la llamó por su nombre de guerrillera, “Julieth".

Los militares le dijeron que estaba detenida y que debía responder por el delito de secuestro. La esposaron y se la llevaron para una unidad militar en el municipio huilense de Garzón.

Durante más de un mes, y después de ir de Herodes a Pilatos en guarniciones militares, Ana fue entregada a un hogar sustituto en Neiva. Finalmente, terminó en Bogotá en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. El motivo: que era menor de edad.

Cuando cumplió 18 años, Ana emprendió una nueva vida sola. Tuvo que dormir en la calle. Días después consiguió trabajo en una panadería en el barrio bogotano de Chapinero.

Tengo que salir adelante", pensó Ana.

De eso hace más de 15 años. Hoy –con sus dos hijos que “son mi motor para seguir adelante"–, Ana trabaja en una fábrica de papas fritas donde no conocen su verdadera historia.

Del proceso de paz sellado a finales de 2016 entre el gobierno nacional y las hoy desmovilizadas FARC, Ana opinó sin titubear que “yo sí estoy de acuerdo (con esa negociación) y ojalá se logre algo porque, hasta el momento, se ha logrado muy poquito".

A pesar de ese comentario, Ana concluyó sin rodeos: “Yo ya me subí a este tren (de la paz) y de aquí no me voy a bajar".

(*) Ana pidió que, por razones de seguridad, en este artículo no fueran publicados ni su nombre completo ni sus apellidos.