Alberto Loaiza o la historia de un sobreviviente de la violencia en San Carlos ​

Hace 12 años, el Centro Nacional de Memoria Histórica aseguró que “la historia reciente de San Carlos podría condensar la historia del horror del conflicto en Colombi​a" porque, entre otras cosas, “todos los actores armados, con todas las estrategias de guerra, han hecho presencia en este pueblo del oriente antioqueño".

De allá, de San Carlos, es Alberto Alonso Loaiza, un activista de 68 años que vivió muy de cerca los horrores de la violencia y que todavía se lamenta de la estigmatización a que fueron sometidos los sancarlitanos recién empezaba la guerra entre paramilitares, guerrilleros y agentes del Estado.

Hubo un concepto, incluso de entidades estatales, como la Policía, de que en cada casa (de San Carlos) había un guerrillero. Ese era el lema", comentó Loaiza durante una entrevista en Medellín con el Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz.

Eso nos victimizó mucho (porque) es como ponerle la lápida encima a uno", agregó Loaiza, quien tiene muy claro que la violencia se desató sobre su municipio con la construcción de la Central Hidroeléctrica San Carlos, también llamada represa Cacique Punchiná.

Eso empezó a generar mucha violencia porque los campesinos o vendían o vendían" sus tierras para la construcción de la represa. “Había que construir esa hidroeléctrica a como diera lugar", recalcó Loaiza, también conocido entre sus amigos como “Pichingo".

Entonces en San Carlos aparecieron varios líderes sociales que se opusieron al tema de la represa. Entre ellos estaba Loaiza, quien más de 35 años después de aquellos hechos recuerda que su desacuerdo con la hidroeléctrica se fundaba, por ejemplo, en que “el campesino innato se iba a convertir en campesino citadino e iba a perder el arraigo a sus costumbres y a su familia".

En el informe “San Carlos: memorias del éxodo en la guerra", del Centro Nacional de Memoria Histórica, entre 1986 y 1997 en la localidad hubo un evidente dominio de las guerrillas. Pero “las tensiones –entre la población civil y los rebeldes– se manifestaron cuando, según algunos líderes, las guerrillas se apropiaron de las reivindicaciones y las denuncias de las organizaciones sociales", como las tarifas de los servicios públicos y las denuncias de corrupción administrativa.

Hacia el año 2000, los paramilitares empezaron a combatir a las guerrillas y a disputarles la hegemonía por San Carlos. Fue también la época en que los desplazados sancarlitanos se contaron por miles. Casi todos –huyendo de masacres, homicidios selectivos, amenazas y reclutamiento ilícito– se instalaron en Medellín, la capital del departamento de Antioquia.

De acuerdo con Loaiza, en ese convulsionado escenario los líderes sociales de mayor incidencia de San Carlos empezaron a ser amenazados de muerte.

Fueron declarados 'objetivo militar' (…) Eran cuatro personas que las autodefensas buscaban con lista en mano. La orden era decapitarlos. Así encontraron a dos de ellas. Las otros dos lograron volarse", relató.

Rápidamente Loaiza entendió que su vida corría peligro en San Carlos. Es más, él mismo reconoce que un gran amigo suyo terminó en las filas guerrilleras. Ese hecho, desde luego, aumentó la presión de los grupos armados sobre él.

Finalmente, a principios de 1999, le dijo a su esposa de entonces: “Vámonos, yo no puedo soportar más esto".

Haciéndole el quite a la muerte, Loaiza, su mujer y sus dos hijos partieron para Cali en calidad de desplazados. En la capital de Valle del Cauca, con sus cuñados, Loaiza se puso a comerciar con ropa. Tiempo después los Loaiza siguieron hacia el sur. Primero llegaron a Pasto y luego a Ipiales.

En Nariño los tiempos tampoco fueron buenos. Aunque ya estaba separada de ella, la esposa de Loaiza fue degollada –según su versión– por paramilitares desmovilizados. Corría 2006.

Dos años después, en 2008, Loaiza decidió regresar a San Carlos “porque estaban dadas las condiciones" de seguridad en el pueblo y “porque ya se había acabado mucho ese tema de los estigmas y tanta muerte selectiva".

Ya en San Carlos, Loaiza regresó a la dirigencia deportiva y a su trabajo en las administraciones locales.

Los últimos 15 años han sido tal vez los mejores en la vida de Loaiza. Reorganizó su vida sentimental y con su nueva esposa tiene dos hijos. Vive tranquilo, sin miedo, en gran parte –según sus palabras– por el proceso de paz que a finales de 2016 sellaron el gobierno nacional y las otrora FARC.

El proceso de paz –concluyó– tiene vacíos, como cualquier proceso, pero en el camino se van arreglando las cargas". ​