​​“Así haya problemas, yo apoyo el proceso de paz", dice hombre víctima de violencia sexual durante el conflicto armado ​

Lo primero que hizo Wilder Arley Ardila cuando se vio en televisión fue llamar a su mentora. Y lo hizo por teléfono, desde la ciudad de Valledupar, con la voz entrecortada por la emoción.

—Doctora, ¿me vio en televisión?—, le preguntó Ardila a su protectora de los últimos tiempos.

—Claro que sí, “Chocolate", claro que te vi. Felicitaciones. Sigue triunfando. Sigue luchando. Tienes nuestro apoyo—, le respondió, con toda la admiración del mundo, la gestora social Magda Pallares, esposa del alcalde del municipio nortesantandereano de Ocaña.

Todo eso sucedió el primero de septiembre de 2023 en la capital del Cesar cuando la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP reunió a más de medio centenar de hombres heterosexuales y GTBI que fueron víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado.

La noticia en la que apareció en televisión Ardila fue presentada por Noticias Caracol en su edición del mediodía.

La Unidad de Investigación y Acusación, indicó el noticiero en la presentación del informe, “adelanta en Valledupar una jornada de interlocución con hombres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, un tema tabú que la JEP está trabajando para atender a una población que no era visible en los procesos de justicia, verdad y reparación".

Entonces, a renglón seguido, apareció en la pantalla la imagen de Ardila, o Chocolate, como le dicen sus amigos de Ocaña.

Colombia tiene que saber que existimos, que pasamos un dolor muy grande. Esto (de la Unidad de Investigación y Acusación) de apoyarnos, de escucharnos y de entender nuestro dolor para nosotros es muy importante", aseguró Ardila a Noticias Caracol.

El dolor grande al que hizo referencia Ardila ocurrió el 6 de enero de 2006. Tenía entonces 12 años. Hoy tiene 29 y una herida en su memoria que aún no cicatriza.

Yo vivía cerca de un parque de Ocaña que se llama Los Seguros. Nosotros (los niños) salíamos a jugar ahí. Yo estaba jugando con unos palitos. Eran como las cinco de la tarde.

De pronto se bajó un muchacho de una camioneta gris. Sin mediar palabra, me forcejearon y me obligaron a subirme a la camioneta. Me vendaron los ojos y de ahí en adelante no supe más nada.

Cuando yo desperté uno de ellos me estaba violando. Entre la noción de todo lo que me estaba pasando, de lo que me estaban haciendo, yo quería me mataran. Yo solo les decía que por qué me hacían eso, que yo era un niño.

Ellos solo se reían.

Me obligaron a hacer cosas terribles. El último tipo, el que terminó, me dijo: 'Le doy 15 minutos para que corra, no lo quiero ver aquí'. Era de noche. Yo no sabía dónde estaba. Como pude salí del sitio. Estaba botando mucha sangre. Me arrastré. La verdad no sé cómo salí de allá.

Cuando llegué a Aguas Claras eran las cinco y cuarenta de la mañana. Me desmayé de inmediato y desperté como a los dos días. Estaba en la casa del taxista que me recogió".​

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Y mientras Chocolate sobrevivía a la agresión sexual de que fue víctima –según él– por parte de la guerrilla, su angustiada madre formulaba la denuncia por su desaparición.

Yo vine a aparecer a los cuatro días", agregó Ardila. “El taxista que me recogió llevó a su casa a un enfermero, pero no me quiso atender. Apenas me vio, el hombre dijo que lo que me había pasado era para que lo trataran en un hospital", añadió.

Cuando por fin estuvo en su casa, Ardila fue recibido por las autoridades que indagaban por su desaparición. Él, sin embargo, no les contó absolutamente nada de lo que le sucedió.

—¿Qué pasó con usted después de ese aciago día?

—Lo que me sucedió me marcó la vida para siempre. Me robaron mi niñez. Me destruyeron mi vida. Yo, en ese momento, no sabía lo que era una relación sexual. Ni siquiera sabía lo que era un beso.

—Claro, no conocía la maldad…

—La verdad, en ese momento, yo sentía atracción por los hombres, pero no había definido mi orientación sexual.

—En concreto, ¿qué cambios hubo en su vida?

—Tal vez lo que me sucedió me ocasionó desórdenes mentales. Me llevó a odiar a mi mismo sexo, a no confiar en las personas y a reprocharme a mí mismo con el cuento de que eso me pasó por amanerado.

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Poco después del ataque sexual de que fue víctima, Ardila se fue de su casa. Se marchó para Cúcuta, la capital de Norte de Santander. El tema de la violación no fue bien recibido en su casa, sobre todo por parte de uno de sus hermanos que prestaba el servicio militar obligatorio. Además, en Ocaña todo el mundo se enteró de lo que le había pasado.

—¿Qué le dijeron sus familiares?

—Escupieron en el piso y dijeron que ellos odiaban los gays.

—¿Y usted qué hizo?

—(Lágrimas) Cogí una mudita de ropa en una bolsa y me fui.

La primera noche en Cúcuta, Ardila la pasó en la calle. En uno de esos amaneceres tristes conoció a una trabajadora sexual que se conmovió con su situación. Entonces le dio la mano y lo llevó para la habitación donde ella no solo dormía, sino que también atendía a sus clientes.

Muchas veces, cuando los hombres le exigían a la trabajadora sexual que querían pasar la noche con ella, Ardila tuvo que dormir en las calles de Cúcuta. El muchacho, en contraprestación, le lavaba la ropa y le mantenía la pieza impecable.

Fue esa misma trabajadora sexual la que le consiguió a Ardila un empleo en una empresa propietaria de una mina de carbón. Se levantaba a las tres de la mañana y se acostaba a las once de la noche. Ese trabajo no duró mucho porque varios mineros intentaron abusar de él.

Cuando cumplió los 16 años, Ardila empezó a vestirse de mujer y a rodearse de los miembros de la comunidad LGTBI de Cúcuta. Fueron tiempos difíciles en los que –para comer, vestirse, dormir y mantener el tratamiento de hormonas– muchas veces tuvo que prostituirse.

Pero la verdad –aclaró Ardila– yo no estaba cómodo con lo me estaba pasando. No me gustaba vestirme de mujer y mucho menos prostituirme. Pero era lo que me estaba dando para vivir".

Tal vez una enfermedad de su madre en Ocaña le ayudó a Ardila a reorientar su vida. Resultó que ella enfermó gravemente y pidió que ver a su hijo Wilder Arley –eventualmente– por última vez.

Ardila pensó mucho en lo que iba a hacer. Entonces escondió con una cachucha su cabello largo y trató de confundir a su madre con los senos que había conseguido con las hormonas.
A mí me dijeron que mi mamá me quería ver, pero seriecito", apuntó Ardila, quien 12 o 13 años después de aquel encuentro con su madre recordó que extrañamente nadie de su casa lo regañó por su aspecto.

Me trataron bien –apuntó Ardila– tal vez porque mis hermanos habían tenido hijos y habían cambiado su pensamiento de la vida. Tanto mi mamá como mis hermanos me pidieron perdón por lo de años atrás. Entonces ahí mejoró todo con ellos".

A partir de ese momento, la vida de Ardila cambió para bien en Ocaña. Empezó a trabajar en un salón de belleza y a ganarse la vida sin tener que hacer cosas para él desagradables.

Fue por esa misma época en que nadie en Ocaña volvió a llamarlo Wilder Arley sino Chocolate. Eso sí, con aprecio y respeto.

—Y entonces qué pasó de ahí en adelante…

—Me ha ido bien. Lo que me gano en la peluquería me da para vivir y para ayudarle a mi mamá. En la peluquería me saco mínimo el (salario) mínimo.

—¿Volvió a tener inconvenientes con actores del conflicto?

—En El Tarra (Norte de Santander) un paramilitar se enamoró de mí y me quería dejar allá obligado. La señora del salón de belleza tuvo que ir a hablar con los comandantes paramilitares para que me dejaran tranquilo.

—Nos contaron que usted tiene una fundación en Ocaña. ¿Cómo es eso?

—Yo tengo muchos amigos en la comunidad LGTBI que, como tuvieron infancias difíciles o no pudieron estudiar, se dedicaron a la prostitución, más que todo las chicas trans. La fundación se llama Casa Rosa y hace poco recibimos una ayuda de la gestora social de la Alcaldía de Ocaña, la doctora Magda Pallares. Vamos a montar un saloncito para que las mujeres víctimas del conflicto armado e integrantes de la población LGTBI vayan y se capaciten gratis para que aprendan a hacer unas cejas o a lavar un cabello para que con eso se defiendan y puedan subsistir.

—¿Nadie se mete con usted en Ocaña?

—No, allá soy un personaje típico. Yo de la vida aprendí que uno tiene que respetar y hacerse respetar. Por el hecho de que yo sea homosexual, no tengo porque ponerme de payaso para que la gente se burle de mí.

—¿Qué opina del proceso de paz que sellaron el gobierno y las otrora FARC?

—Creo que siguen pasando en el país las mismas cosas: siguen muriendo personas, siguen violando mujeres y niños. Pero creo que el proceso de paz ha sido el camino para que personas como yo cuenten sus historias. Así haya problemas, yo apoyo ese proceso de paz.​