​​​De cómo María se enteró en Montería de que es feliz​

Solo hasta hoy, en la calurosa ciudad de Montería, María descubrió por fin que a sus 44 años sí ha sido feliz.

Antes creía, según sus propias palabras, que “yo nunca he tenido felicidad", que “yo nunca he podido decir este día ha sido el más feliz de mi vida", que “yo perdí el brillo de mis ojos" o que “yo perdí toda ilusión de vivir una vida normal".

Cuando tenía siete años, María tuvo el primer episodio de violencia sexual de su vida. El perpetrador fue un familiar suyo del que jamás volvió a tener noticias.

Entonces para María han sido más de 37 años de abusos sexuales, de maltratos físicos, de amarguras, de desvelos, de llantos, de pobreza, de humillaciones, en fin –según dijo–, de una vida azarosa que ella nunca escogió.  

Es más, en alguna época de su vida, siendo aún una jovencita, odió ser mujer y se vistió de hombre porque creyó que así, seguramente, la respetarían en su casa.

Pero eso nunca lo consiguió.

Después, cuando tenía 15 años, se voló de su casa y se fue a vivir con el primer hombre que se le atravesó. Él tenía 26 años.

A las dos semanas de convivencia, el individuo que dijo quererla le propinó la primera paliza. Casi la mata. Ese calvario lo tuvo que soportar durante mucho tiempo.

Más tarde vinieron los abusos sexuales por parte de los paramilitares en su natal San Carlos, un municipio del oriente del departamento de Antioquia azotado por la violencia como el que más.

Esos mismos violadores la obligaron a dejar su pueblo, so pena de asesinar a sus hijos. Por eso aterrizó en la población guajira de Maicao, en la Costa Caribe colombiana, a empezar de ceros.    

Pese a tanto sufrimiento, María recapacitó y entendió en la jornada que sus cinco hijos la han hecho feliz. También la hacen feliz los pocos abrazos de sus cuatro muchachos y de su niña, que es la luz de sus ojos.

Hasta hoy María se dio cuenta de que pertenecer a la Mesa de Víctimas de Maicao le produce alegría. Ella no había notado que es feliz cuando ayuda a mujeres víctimas de violencia sexual y cuando las aconseja.

Sin quererlo, ella recordó que fue feliz cuando terminó el bachillerato y que ríe cuando recoge animales de la calle y los entrega en adopción.

–Entonces, ¿sí has sido feliz?

–¡Claro, sí he sido feliz!​

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El testimonio de María se escuchó durante un taller con más de 60 víctimas de violencia sexual organizado por la Unidad de Investigación y Acusación en la capital cordobesa.

El evento, conducido por Pilar Rueda,  asesora de la Dirección de la Unidad de Investigación y Acusación, tuvo como plato fuerte las conferencias de dos aliados incondicionales de las víctimas de violencia sexual en Colombia: los activistas Shyrete Tahiri, de Kosovo, y Kolbassia Haoussou, de Chad.

Es muy importante tener víctimas de otros países, que tienen otras realidades", porque –en concepto de Rueda– “cuando hablan de violencia sexual pareciera que hablaran de la guerra en Colombia, no solo por lo que les pasó, sino por las consecuencias e impactos que ha tenido en su salud y en su vida emocional".

Para Rueda, no hay duda de que la gran aspiración de las víctimas del conflicto armado, sobre todo las de violencia sexual, es la reparación porque “cada vez hay más consciencia de que (esta) debe partir de la salud física y emocional".

Durante su intervención, Tahiri explicó que se hizo activista para luchar por las y los sobrevivientes de violencia sexual en todo el mundo, entre otras cosas, “porque ser víctima de violencia sexual no es fácil" y porque casi siempre ellas y ellos tienen que vivir con el estigma propio de la violación.

De acuerdo con la defensora de Derechos Humanos kosovar, su fórmula para vencer ese estigma fue simple: trabajar por las víctimas de violencia sexual. Así, enfatizó, “con el tiempo el dolor no es el mismo y es más llevadero".

Para Tahiri, es importante entender por parte de las víctimas que “la vida es corta, que no podemos cambiar el pasado, pero sí el futuro (…) El miedo es fuerte, pero tenemos que ser más fuertes que el miedo".

En tanto, Haoussou comentó que le hizo frente al estigma de la violación cuando entendió que “mi historia es mi historia y que no puedo deshacerme de ella (…) Lo que hice fue convertir mi historia en una experiencia de conocimiento".

Haoussou no dudó en afirmar que “cuando cuento mi historia no me avergüenzo" porque “yo ya no siento nada malo (…) Lo importante es que yo sé quién soy, por lo que lucho y por las cosas que me importan".

Luego de escuchar a Tahiri y a Haoussou, las víctimas reunidas en Montería se desahogaron y, como lo hizo María, hicieron reflexiones sobre lo que ha sido su dolor.

Estebana Roa, por ejemplo, recordó que cuando un nieto suyo se enteró de que había instaurado una denuncia ante las autoridades por la violencia sexual de que fue víctima, le advirtió: “Cuidado abuelita que te puedes meter en un problema por calumnia. Eso da cárcel".

Finalmente, Yojaira, de 54 años y natural de la población de Morroa, Sucre, pidió la palabra durante el encuentro para expresar lo que siente cada vez que cuenta y denuncia lo que le hicieron guerrilleros de las otrora FARC hace 20 años:

¡Libertad!".