​Imelda Ariza o la lucha de una madre por encontrar a su hijo desaparecido ​

El pasado 9 de abril, el Día Nacional de las Víctimas en Colombia, Imelda Ariza entendió, por fin, por qué la gente que la rodea y la sigue la quiere tanto.

Ese día, en el Teatro Colón de Bogotá, ella fue una de las protagonistas estelares de la obra “La vida de las ausencias", o, mejor, la fotografía de cuerpo entero de la Colombia del último siglo.

Imelda Ariza encarna en “La vida de las ausencias" a una mujer que desde hace más de 20 años busca desesperadamente a su hijo desaparecido.

Entonces, en su frenética búsqueda, la abatida mujer toca las puertas de distintas entidades del Estado. En todas la tratan de vieja loca y cansona. En todas la ponen a andar de Herodes a Pilatos. En todas le tiran la puerta en la cara. En todas, en fin, la despachan con un “no joda más".

Tanto en “La vida de las ausencias" como en la vida real, Imelda Ariza busca a la misma persona: a su hijo Andrés Armando Ariza, quien fue visto por última vez en Villavicencio, la capital del departamento del Meta, el 10 de noviembre de 2002.

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Imelda Ariza nació hace 60 años en el municipio santandereano de El Peñón, pero la violencia de la década del 60 en el oriente colombiano obligó a su familia a desplazarse a Villavicencio.

Tenía entonces seis años.

Aunque nunca se casó, Imelda Ariza tuvo cinco hijos. El cuarto de ellos, Andrés Armando, contaba 16 años cuando –junto a otra veintena de muchachos– fue reclutado a la fuerza por paramilitares.

Él estaba jugando fútbol en una cancha del barrio El Manantial –de Villavicencio– cuando se lo llevaron", explicó Imelda Ariza en reciente entrevista en Bogotá con el Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP​. “Desde entonces hemos estado en una guerra continua para saber qué pasó con él".

Enloquecida de dolor, Imelda Ariza empezó a buscar a su hijo por todas partes. Se levantaba antes de que empezara a clarear y se acostaba a tratar de dormir –sin suerte– hacia las 12 de la noche.

Casi un año después de la desaparición de Andrés Armando, alguien le dijo que su muchacho había sido visto en el departamento de Vichada.

Sin pensarlo dos veces, ella empacó de inmediato y se fue para el Vichada. No obstante, el destino le tenía preparado otro mal rato: fue secuestrada –según su relato– por el frente 16 de las hoy pacificadas FARC.

Cuatro años duró el secuestro. Ella no tiene muy claro por qué fue retenida durante tanto tiempo por el entonces grupo rebelde.

Tal vez –cree ella– porque en alguna época, hacia 1998, se opuso a que el abatido jefe guerrillero “Rodrigo Cadete" reclutara a sus dos hijos mayores.

Lo que sí es cierto es que, en esos cuatro años de cautiverio, Imelda Ariza poco o nada hizo en el monte. Siempre estuvo vestida de camuflado, como si fuera una guerrillera más. Cuando no estaba en extensas caminatas, empleaba el tiempo para asearse y descansar. Claro, con una pregunta obvia en su cabeza: “¿Cómo estará mi familia?".

Del secuestro, recalcó, le quedaron momentos indelebles, como cuando fue víctima de violencia sexual por parte de guerrilleros.

Por eso, de acuerdo con su testimonio, en alguna oportunidad les preguntó a los exjefes de las FARC –después de la firma del Acuerdo de Paz– “¿por qué a las mujeres si éramos las más débiles?, ¿por qué nos hicieron la vida tan difícil? y ¿por qué nos abusaron sexualmente?".

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Después de que fue liberada en el corregimiento vichadense de Güerima, sin una razón clara por parte de la guerrilla, Imelda Ariza volvió a lo suyo, a lo de siempre: ubicar a su hijo Andrés Armando.

Hacia 2010, la historia de la desaparición del hijo de Imelda Ariza –y de los demás muchachos que los paramilitares reclutaron el 10 de noviembre de 2002– tuvo un giro inesperado.

Uno de los jóvenes que estaba jugando fútbol con Andrés Armando en El Manantial –el día del reclutamiento– apareció para decir que él había sido el único sobreviviente del secuestro masivo.

Sobre Andrés Armando, según la narración de Imelda Ariza, el testigo precisó que había sido asesinado por los paramilitares días después de la retención. El motivo: que sus captores concluyeron que no servía para la guerra, entre otras cosas, porque en una de sus piernas tenía una platina.

Es más, añadió Imelda Ariza, el hombre llevó a un equipo de la Fiscalía hasta el sector donde supuestamente habría sido enterrado Andrés Armando. No encontraron nada. Argumentó que ya habían pasado ocho años desde la aparente inhumación del muchacho y que, a lo mejor, la tierra se había movido y por consiguiente el cadáver.

Entonces a empezar de nuevo.

En el camino de Imelda Ariza se cruzaron mujeres increíbles, como Amparo Buzato, quien aún trata de ubicar a su hija Zully. Ella está desaparecida desde el 18 de septiembre de 2002. Fue vista por última vez en Charras, en el Guaviare.

A través de Amparo Buzato, Imelda Ariza conoció a “Las Corocoras del Llano", una organización que agremia a mujeres víctimas del conflicto armado.

Es decir, Imelda Ariza no ha parado de trabajar. Su activismo le ha ayudado para olvidar –así sea por instantes– que uno de sus cinco hijos está desaparecido.

–Usted casi nunca se ríe…

–Claro, yo sí me río.

–¿Cuándo?

–A veces me río y digo “estoy viva". Entonces eso ya es ganancia para continuar con la búsqueda de ese ser querido que un día nos arrebataron.

–¿Por qué a las mujeres les ha tocado más difícil lidiar con el conflicto armado?

–Todos los días me pregunto: ¿Cuál es el motivo para que nosotras las mujeres tengamos que sufrir tanta violencia? Tal vez porque las mamás somos las que llevamos los problemas a cuestas.

–¿Cuál es su sueño?

–Que cerremos nuestros ojos y digamos “aquí está" (en referencia a su hijo Andrés Armando), aquí le ponemos flores. Ese es el sueño y ojalá la vida y mi Dios me permitan cumplirlo.

–¿Le gustó el proceso de paz que firmaron el gobierno y las FARC?

–El proceso de paz fue muy bonito, aunque no se han cumplido muchas cosas de las que prometieron.

–¿Qué pasó después de que presentaron la obra en el Teatro Colón? ¿La felicitaron mucho?

–Yo no sabía que la gente me quería tanto. Eso me llamó todo el mundo a felicitarme. Mucha gente me felicitó en la calle. Hasta de Estados Unidos me llamaron para felicitarme.