​​“La JEP es un bien común para todos", dice víctima del conflicto armado de Córdoba​

En 1987 fue asesinado por desconocidos el esposo de Arnoris Díaz Ramos en el Urabá Antioqueño. Treintaiséis años después, ella aún guarda la esperanza de saber quién lo mató y por qué.

Esta es su historia:

Arnoris nació hace 60 años en el municipio de Planeta Rica, Córdoba. La mayor parte de su vida, sin embargo, la ha pasado en la población de Montelíbano, también en territorio cordobés.

Sus padres eran campesinos. Fue la tercera de 10 hijos. Cuando tuvo su primer marido, Anselmo Isaac Mercado, se fue a vivir al municipio antioqueño de Apartadó. Él era el pagador (y llevaba la contabilidad) de una importante finca bananera de la región.

Su marido, entonces de 33 años, “salió a trabajar, común y corriente, y a las 12 del día me avisaron que lo habían matado", relató Arnoris al Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

La hoy activista entregó su testimonio el miércoles pasado durante un encuentro organizado por la Unidad de Investigación y Acusación –en la Casa de la Música de Montelíbano– con unas 90 víctimas de ese municipio y de San José de Uré y Puerto Libertador.  

Mercado, que no había recibido amenazas, fue baleado adentro de la oficina donde trabajaba. Un empleado de la finca le avisó a Arnoris que su esposo había sido atacado y que estaba mal herido. Cuando ella llegó al sitio de los hechos, ya había muerto.

Yo cogí el cadáver y lo saqué hacia el patio. Nadie quería hacer el levantamiento. Ahí duré unas cuatro o cinco horas", explicó Arnoris, quien es madre de tres hijas. Mercado fue el padre de las dos mayores. Tenían cinco y dos años cuando ocurrió su muerte violenta.

Invadida por el pánico, Arnoris se llevó el cadáver para Montelíbano. Le dio sepultura en un remoto caserío llamado Las Margaritas.

A Mercado, según Arnoris, lo asesinaron “esos que andan al margen de la ley. No sabemos exactamente quién".

En su concepto, “en esa época había el temor de averiguar, el temor de hablar. Ahorita es que nosotras (las víctimas) nos soltamos a hablar. Antes, usted me hubiera hecho una entrevista a mí y no le hubiera dicho nada".

Hoy en día, Arnoris ya no tiene miedo de hablar, entre otras cosas, porque “a raíz de que uno se vuelve líder con las víctimas, uno ve el dolor que hay en ellas. Entonces les dice que hay que hablar, que ya no pueden callar".

Después de que mataron a Mercado, observó Arnoris, “yo quedé en el aire". Ella se había casado con un hombre que le había propuesto que –mientras él trabajaba– se dedicara a la crianza de sus dos hijas.

Por eso, tras el homicidio, a Arnoris le tocó volver a depender de su padre, junto con sus dos hijas. Durante mucho tiempo, por las tardes, Arnoris se sentaba a esperar al que no iba a llegar: a su esposo Anselmo Mercado.

Es que uno queda como loco", dijo.

Unos dos años después de la muerte de su esposo, Arnoris aceptó la invitación de su hermano Edwar de los Milagros Díaz (quien después también fue asesinado por desconocidos) y se trasladó de Montelíbano a Medellín.

Allá empecé a quitarme esos trapos negros" del luto riguroso, agregó Arnoris, quien al poco tiempo de haber llegado a la capital antioqueña se puso a estudiar modistería.

Lo Arnoris aprendió de ese oficio en Medellín empezó a ponerlo en práctica en Apartadó. Habían pasado cinco años desde el asesinato de su esposo y al Urabá Antioqueño regresó porque una entrañable amiga le comentó que la situación de orden público en la región había mejorado.

En el trabajo empezó a irle muy bien. No daba abasto. En los diciembres, era tanta la demanda de costura que prácticamente ni dormía. Por esa misma época, Arnoris empezó a darle una segunda oportunidad a su corazón.

Pero me fue como a los perros en misa. Me levanté un irresponsable. Cambié el día por la noche. Con él tuve una niña que hoy tiene 27 años", apuntó Arnoris, quien reconoció que, pese a que la agredía física y verbalmente, soportó a ese hombre durante años. 

Una vez me partió la cabeza. Me tuvieron que coger seis puntos", indicó.

La segunda aventura de Arnoris en Apartadó no duró mucho. Los violentos empezaron a hacer de las suyas con la población civil. Tanto que, al decir de Arnoris, los paramilitares “mataban a las personas delante de la casa y a lo último dijeron que desocupáramos o que también llevábamos".

Entonces, desplazada, Arnoris se fue para el puerto de Cartagena de Indias. Allí su segundo esposo tenía familia. Llegó a una casa donde, en un hacinamiento espantoso, vivían unas 12 personas. Rápidamente buscó trabajo. En el mercado de Bazurto, por ejemplo, empezó a vender tomates y yucas.

Y fue precisamente en la capital de Bolívar donde Arnoris descubrió la labor que cambiaría su vida para siempre: el activismo.

En la invasión Nelson Mandela paré un rancho. Lo hice con unas hojas de zinc, unos palos y unos costales y me metí en mi cambuche", narró Arnoris, quien con la voz entusiasmada contó: “Ahí fue donde me volví líder, porque vi la necesidad de las personas".

Entonces empezó a capacitarse. Le dijeron que una organización no gubernamental iba a hacer un examen para líderes y lideresas. Eso sí, que debía cumplir con un requisito: haber estudiado al menos hasta quinto de primaria. Arnoris, precisamente, había estudiado hasta ese año.

A la semana se publicaron los resultados del examen. Arnoris ocupó el quinto lugar entre 20 participantes. Luego de esa gran victoria, terminó como promotora de salud, se puso a trabajar y, desde luego, a estudiar.

Pero “cuando yo me voy a capacitar ese hombre (su segundo esposo) me rompía los libros. No había luz. Yo estudiaba con vela. Entonces una amiga me dijo: 'No seas boba, yo me llevo los libros para mi casa para que él no los rompa; deja a ese hombre", relató Arnoris, con la voz entrecortada.

En consecuencia, Arnoris no tuvo alternativa: se separó de su esposo y regresó de nuevo a su Montelíbano del alma. “Vi que con los problemas que tenía no podía hacer nada por la gente. Por eso me fui. No le dije nada, mucho menos para dónde me iba".

Años después, a Arnoris le avisaron que a su exesposo –el maltratador– lo habían asesinado. Le contaron que había sido torturado y encontrado en unas bolsas negras. Lo mataron, de acuerdo con Arnoris, por problemas personales.

Por esa misma época, en Montelíbano, Arnoris terminó el bachillerato en un colegio cristiano. Entonces se unió con otras y entre todas crearon la “Asociación de Mujeres Víctimas del Conflicto Armado Calzados y Artesanías Nazaret".

En el momento, la asociación está conformada por 25 mujeres y, con la ayuda del SENA, “ahí estamos".

–¿Qué opina del proceso de paz que firmaron el gobierno nacional y las otrora FARC?

–Yo lo veo bien. Algunas personas no lo aceptaron, que eso no se iba a dar, pero usted sabe que la paz está en nuestra mente, en nuestro corazón. El camino para la paz es empezar a hablar con los otros.

–¿Qué opina de la JEP?

–La JEP es un bien común para todos. ¿Por qué? Porque es el medio para saber (la verdad), para ayudar. Ustedes son un medio de bien.

–Es de suponer que usted está en la JEP para que le digan quiénes mataron a su primer esposo y a su hermano Edwar de los Milagros…

–Sí, claro, yo sí quisiera saber qué pasó con mi esposo (Anselmo Isaac Mercado), por qué lo mataron. Lo mismo quiero saber de mi hermano.

–¿Les tiene odio a las personas que le han causado daño?

–Ya no. En mi corazón hubo perdón. Antes yo tenía mucho odio, mucho rencor y lloraba mucho. Ahora tengo paz y tranquilidad.

–Por su condición de activista, ¿conoce muchas partes?

–Uuuf… A Apartadó me llevaron nuevamente como líder. También he ido a Bogotá con víctimas.

–¿Cómo ve a Colombia en unos años?

–A la gente hay que decirle que hay que vivir en paz. Hay que vivir una Colombia diferente. No esa Colombia que veníamos viviendo. ¿Quién destruye la paz? Nosotros mismos.​​