“La vida de las ausencias", una historia de dolor contada a varias voces
Prácticamente desde el mismo día de la desaparición de su hijo, Martha Janeth Castro empezó a construir un libro con historias y fotografías para no olvidar jamás a la persona que más ha querido en el mundo.
“Pero (el libro) no está muy bien escrito porque yo no estudié", le dijo Martha Janeth –el fin de semana pasado en el Teatro Colón de Bogotá– al Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la UIA momentos previos a la presentación de la obra teatral “La vida de las ausencias" de la que ella es una de las protagonistas.
Guillermo Andrés Castro desapareció el primero de octubre de 2001 en Villavicencio, la capital del departamento del Meta.
“Por lo que he investigado yo, como mamita, es que Andrés ya con vida no está y que los señores paramilitares fueron los que lo desaparecieron", explicó Martha Janet, próxima a cumplir 60 años y quien carga para arriba y para abajo el libro sobre la corta vida de su hijo –tenía 19 años al momento de su desaparición.
En la portada del libro aparece la fotografía de Guillermo Andrés cuando pagó el servició militar obligatorio. Adentro hay anécdotas y fotografías del muchacho desde que nació. En los textos, por ejemplo, su madre le dedica las canciones que le gustaban, como “Amor de primavera", de Galy Galiano.
“Todavía tengo los casetes de esa música que le gustaba", advirtió Martha Janeth, una furibunda defensora del proceso de paz sellado en 2016 entre el gobierno nacional y las otrora FARC.
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La historia de Martha Janeth Castro poco o nada tiene de distinta a la de un grupo de mujeres que la víspera presentó exitosamente “La vida de las ausencias" en el histórico Teatro Colón.
Todas –más las hijas y los hijos de varias de ellas– tienen algo en común: sus familiares fueron desaparecidos con ocasión del conflicto armado.
“La vida de las ausencias" es la lucha sin fin de un grupo de mujeres por encontrar a sus familiares desaparecidos.
“La vida de las ausencias" es también una sátira a la desidia de muchas entidades del Estado con los familiares de los desaparecidos.
“La vida de las ausencias" es, asimismo, una burla al reguero de leyes que desde el Congreso han salido para tratar de paliar el problema de los desaparecidos en Colombia.
“La vida de las ausencias" es, igualmente, una critica a una sociedad que como la colombiana mira para otro lado cuando le hablan de los desaparecidos y más bien trata con desdén a las madres que no cesan en su lucha por encontrar a sus seres queridos.
“La vida de las ausencias" es, por último, el espacio ideal para que sus actrices recuerden –en medio del llanto– cómo estaban vestidos sus hijos o sus esposos el día de la desaparición, o cuál era el equipo de fútbol de su preferencia o su cantante favorito.
En fin, “La vida de las ausencias" es una historia de barquitos de papel, como el de Leonardo Favio y que cantan al unísono Martha Janeth y sus compañeras de elenco: Si un barquito de papel/está por naufragar, socórrelo/corrígele el timón, mi amor/tal vez sea yo, quizás soy yo/recordarás, así era yo.
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La directora de “La vida de las ausencias" se llama Ariane Denault Lauzier. Ella nació en la ciudad canadiense de Quebec. Desde hace 10 años vive en Colombia.
“Vine a Colombia porque creo que aquí hay bastante teatro (…) Me gustó mucho la movida cultural que tiene el país", indicó la artista, quien estudió ciencias políticas.
–¿Cómo nació “La vida de las ausencias"?
–Fue un proceso que empujó la agencia de cooperación alemana GIZ (…) Como ellos tienen un programa que se llama ProPaz, que trabaja con víctimas del conflicto, decidieron apoyar el proyecto de las Madres Buscadoras (…) Yo llegué (a “La vida de las ausencias") a través de una convocatoria.
–¿Este proyecto cuándo se concreta?
–En 2021, en Villavicencio, con participantes de Mesetas.
–¿Qué ha aprendido de las Madres Buscadoras?
–Un montón. Para mí ha sido uno de los desafíos más grandes que he tenido. Es una creación colectiva que parte de todas las vivencias de las mujeres y también de los chicos. Ha sido un proceso en el que cada una de las mujeres habla de sus luchas.
–¿Es muy complicado trabajar en un país tan convulsionado como Colombia?
–La situación en general de América Latina es muy fuerte. Yo he estudiado bastante la historia del continente. Siempre he trabajado con proyectos de teatro social. El teatro que yo hago en mis obras es político.
–¿Todo esto la conmueve?
–Me ha conmovido mucho ver a esas madres que llevan 20 años o más buscando a sus hijos. Yo admiro mucho las resiliencia de esas mujeres y su capacidad para estar felices. Viéndolas a ellas, a veces me pregunto: ¿Yo de qué me quejo?
–¿Alguna anécdota especial con ellas?
–Yo creo que muchas, porque en este proceso hay heridas que se abren y vuelven a sanar (…) Me han llamado la atención las consecuencias de la búsqueda, es decir, que aparte de perder a un hijo, el proceso de búsqueda (se torna) complejo, con muchos obstáculos, como la violencia sexual. Y ellas siguen ahí, fuertes, no se caen. Como mujer, eso me parece maravilloso.
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Tal vez la matrona de “La vida de las ausencias" es doña Amparo Buzato. Su apellido es de origen italiano. Nació en Bogotá hace 68 años, pero se crio, creció y se hizo en ciudades como Puerto Inírida, Puerto Carreño, Miraflores, El Retorno y Villavicencio.
Casada (aunque, según sus palabras, felizmente separada) y con cuatro hijos, Amparo aún no olvida a su hija Zully, quien está desaparecida desde el 18 de septiembre de 2002.
A la sazón, Zully vivía en el caserío conocido como Charras, en el departamento del Guaviare.
Testigos del caso le han contado a Amparo que los paramilitares les exigieron a los habitantes de Charras que desocuparan el remoto poblado. Algunos de ellos, como Zully, no lo hicieron y con la vida pagaron el hecho de desobedecerles a los ilegales de extrema derecha.
La pequeña hija de Zully –nieta de Amparo– sobrevivió al ataque paramilitar porque alguien la logró esconder en la copa de un árbol.
El día de la desaparición de Zully, Amparo se encontraba en Villavicencio y alguien la llamó por teléfono a informarle que su hija había muerto.
“Yo casi me vuelvo loca ese día", recordó Amparo, quien añadió que, como a los dos días de la malhadada llamada telefónica, llegó a Charras, donde los paramilitares le entregaron a su nieta, pero no el cadáver de su hija.
“Tiene ocho horas para irse del pueblo. No queremos problemas", le dijeron a Amparo. Entonces, con otra de sus hijas, la mujer salió despavorida de Charras.
Desde entonces, Amparo no ha parado de llorar por Zully porque, entre otras cosas, “la desaparición es un vacío que le dejan a uno para toda la vida. Pasen los años que pasen, uno nunca va a llenar ese vacío, así lleguen nietos y bisnietos".
Ahora, con la experiencia que ha ganado como lideresa y la sabiduría que dan los años, Amparo se ha enrutado por el activismo. Tan es así que es la cabeza visible de “Las Corocoras del Llano", una organización que agremia a mujeres víctimas del conflicto armado.
En “La vida de las ausencias", Amparo tiene un papel protagónico, siempre orientado a su frenética lucha por encontrar a su hija, de 28 años al momento de su desaparición.
“La vida de las ausencias", al decir de Amparo, “me ha servido para sanar y para demostrarle a la sociedad que sí existen las desapariciones forzadas, que sí han existido muchos dolores en la búsqueda de los desaparecidos, porque ha habido madres que las han violado o que las han secuestrado".
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Son aproximadamente las seis y media de la tarde del 9 de abril de 2023.
En Colombia se conmemora el Día Nacional de las Víctimas.
En una de las salas del Teatro Colón acaba de terminar “La vida de las ausencias". El público está de pie y ovaciona a las Madres Buscadoras. Casi todas ellas lloran de la emoción.
Ha sido un día inolvidable para todos.
Entre el público, un comentario se escucha a una sola voz: que la obra debería ser presentada en todo el país y, por qué no, en el exterior.
Con ese comentario ha dicho estar de acuerdo el director de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP, Giovanni Álvarez Santoyo, quien conmovido ha resumido en una sola palabra a “La vida de las ausencias":
“Apoteósica".