María Leticia Arenas: de los recuerdos del 9 de abril al 'falso positivo' de su nieto
(Yopal, Colombia, 1 de septiembre de 2025 (@UIA_JEP) El 9 de abril de 1948, el día que mataron a Gaitán, el Caudillo del Pueblo, María Leticia Arenas Bastilla vivía en zona rural de su natal Tame, en el departamento de Arauca.
“Cuando mataron al doctor (Jorge Eliécer) Gaitán yo tenía ocho años y me acuerdo de todo", le contó María Leticia Arenas —el viernes 29 de agosto de 2025— al Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.
Durante tres días, expertos de la Unidad de Investigación y Acusación se reunieron en Yopal con más de 60 familiares de víctimas de ejecuciones extrajudiciales perpetradas en Casanare, en 2006, por corruptos exintegrantes del Ejército Nacional.
En el proceso de construir la verdad judicial desde el marco restaurativo, la jornada tuvo un objetivo pedagógico enmarcado en la centralidad de las víctimas, o la posibilidad para ellas de romper el silencio, ser vistas y escuchadas y recuperar su voz y su poder.
La Fiscalía de la JEP investiga actualmente al coronel (r) del Ejército Germán Alberto León Durán, excomandante del Batallón de Infantería N° 44 'Ramón Nonato Pérez', por su presunta responsabilidad en las ejecuciones extrajudiciales ('falsos positivos') de 32 civiles.
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Para el momento de El Bogotazo, don Encarnación Arenas, su esposa y sus nueve hijos vivían en un caserío de Tame llamado San Lope, “y —según María Leticia Arenas— pasaban las avionetas y bombardeaban el ganado" seguramente porque, entre otras cosas, “mi papá era muy liberal y decían que iban a matar a todos los liberales".
Entonces el patriarca de los Arenas Bastilla abrazó a sus hijos y, con la voz entrecortada, les dijo: “Tenemos que dejar esta finca con todo, hasta con (la imagen del) Corazón de Jesús" que, al decir de María Leticia Arenas, “nunca nos ha faltado en la casa".
De inmediato, en tres bueyes y dos caballos, la parentela partió para la cabecera de Tame. Sin embargo, apenas los Arenas llegaron notaron algo que aumentó sus temores: el pueblo estaba casi sin gente porque la mayoría se había ido para Venezuela huyendo de la violencia desatada por el 9 de abril.
Con tan solo 15 años, María Leticia Arenas se casó con José Fernando Garcés, “el Mono", el hijo de un militar venezolano que dejó su país y llegó a Colombia en busca de mejores horizontes. Vivieron casados durante 56 años y tuvieron cinco hijos: tres hombres y dos mujeres.
Uno de ellos, Néstor, es el padre de Javier Eduardo Garcés Guacarapare, quien fue asesinado el 6 de mayo de 2006 por un grupo de militares. Tenía 23 años.
De acuerdo con la narración de María Leticia Arenas, cuando tenía cinco años su nieto Javier Eduardo fue llevado a su casa. Jamás se volvió a ir de su lado.
“Nosotros lo criamos", enfatizó María Leticia Arenas, quien con tono y cara de satisfacción recordó que su nieto siempre la trató de madre.
Apenas terminó el bachillerato, Javier Eduardo Garcés prestó el servicio militar obligatorio en la misma unidad del Ejército que tiempo después se convertiría en su verdugo: el Batallón de Infantería N° 44 'Ramón Nonato Pérez'.
Cuando se quitó el uniforme, Javier Eduardo Garcés se ocupó en todo lo que fuera sinónimo de trabajo honrado, hasta que por fin se hizo a un contrato en la Fuerza Aérea de Villavicencio en temas relacionados con la construcción.
El 5 de mayo de 2006, un día antes de que lo mataran, Javier Eduardo Garcés llamó a su mamá-abuela y le dijo que se iba para Yopal con un compañero (al parecer se refería a Armando Collazos) en busca de un trabajo mejor que el de la Fuerza Aérea.
Las versiones sobre lo que les sucedió a Garcés y a Collazos —y al parecer a un tercer hombre— no son muy claras y mucho menos precisas.
Mientras un abogado —contratado por ellos— les dijo a los Garcés Arenas que Javier Eduardo se había ido para la capital de Casanare en plan de trabajo, un hermano de Armando Collazos, Wilfredo Collazos, tiene una información diferente.
En conversación con el Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones, Wilfredo Collazos explicó que Armando vivía en Villavicencio con unos parientes y que, según le han dicho, nunca habló de viajar a Yopal.
“Él salió de la casa (en la capital del Meta) como para ir al parque y no regresó", contó Wilfredo Collazos, de 46 años, y quien actualmente se desempeña como escolta de la Unidad Nacional de Protección.
Lo que sí está probado es que en las primeras horas del 6 de mayo de 2006, tras ser torturados, Javier Eduardo Garcés y Armando Collazos fueron asesinados por integrantes del Ejército en el sitio conocido como Puente Tabla, en el municipio casanareño de Monterrey.
Un tercer hombre, según ha podido establecer Wilfredo Collazos, se les habría escapado a los hombres que juraron defender los intereses de la ciudadanía y de la Patria.
Y la versión oficial de siempre: el Ejército reportó mentirosamente que Garcés y Collazos habían sido dados de baja en un operativo contra la delincuencia.
La búsqueda de Javier Eduardo Garcés fue tortuosa. De esa labor se encargaron su padre, Néstor, y su hermana Irene.
Los militares desaparecieron sus documentos y lo presentaron con NN. Pero, de acuerdo con María Leticia Arenas, en alguna parte de su buzo azul tenía un pequeño papel en el que aparecía su nombre. “El juez que hizo el levantamiento encontró ese papelito y por ese papelito nos avisaron a nosotros", indicó.
En tanto, Wilfredo Collazos se puso al frente de la tragedia de su familia tras el asesinato de Armando. Todavía ruedan lágrimas por sus mejillas cuando recuerda lo que sucedió durante el velorio de su hermano menor en Florencia, Caquetá: “El niñito mayor (Armando dejó tres hijos, uno de ellos con problemas de salud) se arrimó al ataúd y llorando decía: 'Papá, levántese de ahí que usted me prometió traerme un paquete de chitos".
De inmediato, Wilfredo Collazos se llevó para la tienda a los niños de Armando, les compró chitos y dulces y ese día le hizo al Cielo una promesa que hasta hoy no ha incumplido: “Mientras yo viva, a estos muchachitos no les va a faltar nada".
Pero lejos estaban de terminar las malas noticias para los Collazos. La madre de ellos, Luz Elvira Vásquez, murió de pena moral en junio de 2007. Ella nunca pudo superar la muerte de su Armando del alma. Y lo que más la afectó fue que vilmente dijeran que su muchacho era un delincuente.
Y, finalmente, quedan los recuerdos de doña María Leticia Arenas. Muchas veces soñó con hacerles daño a los hombres que asesinaron a su hijo-nieto. Cuando despertaba, sin embargo, asustada le pedía a Dios que alejara de ella esos malos pensamientos.
Entonces, a casi dos décadas del asesinato de Javier Eduardo, la matrona de 85 años tiene claro que hay que seguir adelante haciéndoles el quite a los problemas que a diario le plantea la vida. Como el cáncer que está superando su hija Irene y los problemas de salud con que quedó su hijo Néstor después de un terrible accidente.
“El único camino que nos queda es perdonar a esos criminales (que asesinaron a su nieto). Dios es el único que nos puede ayudar a perdonar", recalcó.
“En la JEP (las víctimas) tenemos un aliciente", concluyó.