​​​“Yo guardo la esperanza en Dios de que mi hijo esté vivo", dice la madre de un hombre desaparecido hace 18 años

Los 63 años de vida de María (*) retratan la crueldad de la violencia en Colombia.

Mi infancia fue tranquila y sabrosa. Es más, no había ni médico. La mamá le daba a uno yerbas, como el sauco y la celidonia, y uno se curaba. Nosotros no tomábamos ni pastillas", le contó hace poco María al Grupo de Relacionamiento y Comunicaciones de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

La entrevista con María fue realizada a propósito del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, que fue declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas y que se conmemora el 30 de agosto.

Un hijo de María fue desaparecido forzosamente hace más de 18 años por un actor del conflicto armado colombiano.

Ella aún guarda la esperanza de que esté con vida.

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De Bebará, Chocó, donde nació y se crio con sus padres y sus 13 hermanos, María recordó con un dejo de nostalgia por los tiempos pasados que “vivíamos bien y teníamos ganado. Mi familia se dedicaba a la minería y a la cosecha de arroz, maíz, chontaduro, papaya y borojó".

Era la vida perfecta, al decir de María, “hasta que llegó esa gente (del frente 34 de las otrora FARC) a matarlos, a mi papá y a mis hermanos".

Al padre de María lo asesinaron las FARC en 2002 porque –según ella– “tenía su forma de ser y como ese día él no pudo lavar la mima, no pudo darles la plata (a los guerrilleros) y, como no la dio, lo mataron".

El momento del asesinato de su padre está clavado en la memoria de María no solo por el azaroso hecho en sí, sino porque ese día empezó el primer desplazamiento de toda la familia.

Allá el que se moría lo enterraba la comunidad. A mi papá no le hicieron siquiera levantamiento. Allá la ley la manejaban ellos (o los integrantes de las FARC). Había muertos que no dejaban enterrar", agregó María, quien añadió que apenas su padre fue asesinado, su madre y sus hermanos salieron despavoridos de Bebará.

De esos sobrevivientes la que llevó la peor parte fue la madre de María. Ella, enterada del asesinato de su esposo, se enfrentó con las manos a los guerrilleros. Fue golpeada salvajemente. La tiraron contra unas piedras.

La cabeza fue la que más sufrió. Alcanzó a llegar acá (a Bogotá). La llevaron al (hospital) San Juan de Dios, la internaron, pero no sobrevivió", anotó María.

Después de un par de años en la capital de la República, María y sus familiares decidieron regresar a Bebará para tratar de recuperar lo que les pertenecía.

El intento fue un error monumental.

Fue así como vinieron una serie de agresiones sexuales a varios integrantes de la familia de María (incluida ella), “pero –advirtió– no me gusta hablar de esas cosas porque eso fue terrible (…) Es que violaron esas niñas muy pequeñas. Las dos tuvieron abortos de esos hechos. Y no solo fue a mis hijas. Eso fue espantoso".

Adicionalmente, los guerrilleros señalaron a los allegados de María de ser colaboradores de entidades del Estado. Entonces vinieron más muertos en la familia. La misma suerte del padre de María la corrieron uno de sus hijos y cuatro de sus hermanos.

Fue la guerrilla la que mató a mi familia. Fue la guerrilla la que hizo esas violaciones tan fuertes. Ellos (los rebeldes) como se ensañaron con la familia", enfatizó María, quien hizo hincapié en que, por todo lo anterior, “es que yo me quiero ir adonde nadie me encuentre, que nadie sepa de mí".

En 2009, María y los suyos se desplazaron de nuevo de Bebará. Jamás regresaron.

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El hijo de María que está desaparecido fue visto por última vez con vida el 3 de junio de 2005. Tenía 20 años.

El pelado salió a las seis de la mañana con su primo a abrir chamba (o zanja para instalar el acueducto del municipio cundinamarqués de Soacha) con su primo", puntualizó María.

Hombres armados los subieron a un carro en el que había más jóvenes reclutados. Al final –según el primo, que después fue liberado–, el hijo de María fue llevado al grupo paramilitar de Pedro Oliverio Guerrero, alias “Cuchillo", quien al parecer murió ahogado a finales de 2010 en medio de una redada de las fuerzas del orden.

–¿Cómo cambió su vida cuando pasaron los días y vio que su hijo no aparecía?

–Eso fue terrible. (Después de que perdió la razón) a mí los carros no me quisieron matar. Yo me sentaba en la mitad de la calle y (los autos) no me mataron. Es muy duro uno vivir todo el tiempo sin saber si (su hijo) está vivo o está muerto. Yo guardo la esperanza en Dios de que mi hijo esté vivo.

–¿Por qué le dio tan duro la desaparición de su hijo si su familia ha sido víctima de todo tipo de violencias?

–Mi papá sé que está enterrado. Mi mamá también. Mi otro hijo y mis hermanos también, pero él… No quiero decir esto, pero si mi hijo está muerto quisiera tenerlo.

–¿Cómo han sido las navidades y los años nuevos suyos en estos casi 20 años?

–Yo no tengo navidades ni años nuevos. Por eso no me gusta que me digan feliz Navidad o feliz Año Nuevo. Yo no acepto que me digan nada el Día de la Madre o el Día del Padre. Son cosas muy duras que solo Dios sabe.

–Dicen que una madre no se cansa de esperar…

–Eso es correcto, porque yo no me canso de esperar y me voy a poner otra vez en la búsqueda de mi hijo. Yo, quieta, no me voy a quedar.

–¿Ha soñado con su hijo?

–Yo lo he visto en sueños pasando trabajos, cruzando un río. Lo he visto tirado, que me le han dado bala. Pero estoy en las mejores manos: las de Dios.

–¿Usted cree que desaparecer a una persona es el peor de los delitos?

–Claro, así lo creo. Usted entierra un familiar y descansa. Entonces usted aprende a vivir con su dolor.

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(*) La protagonista de la historia pidió que su nombre fuera cambiado por temor a represalias de sus victimarios.​