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​“Yo quedé marcado para siempre", dice hombre víctima de violencia sexual durante el conflicto armado ​​

Silverio (*) no tiene duda de que su padre empezó a morirse desde el momento mismo en que un grupo de hombres armados abusó sexualmente de él en un remoto caserío llamado Los Pozos del municipio de Plato, en el departamento colombiano de Magdalena.

“Mi papá se enfermó de eso. Al poquito tiempo (de la violación) le dio un derrame cerebral. Estaba triste. Decía que se iba a matar", relató Silverio –entre lágrimas– durante una entrevista con la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.

La pesadilla de la familia de Silverio –padre e hijo y la entonces compañera de este último– ocurrió hacia las siete de la noche del 20 de noviembre del año 2000.

Como no había energía eléctrica, los tres estaban jugando dominó con la luz de una vela en el corregimiento Los Pozos, que está ubicado a orillas del río Magdalena.

“Buenas", dijeron los primeros seis tipos armados que aparecieron en la casa. Silverio, su padre y su mujer saludaron cordialmente, pero de inmediato los incómodos visitantes cargaron contra ellos con insultos y preguntas acusadoras.

Los ilegales “preguntaron que si estábamos llenos, que si estábamos hartos de carne", recordó Silverio, hoy de 48 años y padre de dos hijos. En realidad, el comentario tenía un propósito: notificarlos de que, en una finca de la zona, desconocidos estaban robando ganado.

–¿Dónde tienen la carne? ¿O es que se van a hacer los bobos, hijueputas?, insistieron con agresividad los sujetos armados.

–Pueden buscar donde quieran, somos campesinos, contestó Silverio, asustado.

–Se está perdiendo el ganado de los Botero y ustedes se comen la carne y se tapan todo, recalcaron los bandoleros con tono autoritario.

Acto seguido, a la fuerza, empezaron a actuar.

“Yo le pedí a Dios que me guardara", agregó Silverio. “De pronto uno de los tipos le dijo a otro: 'Zorra, ¿no tienes manteca por ahí?' Entonces yo le dije: 'respétame, yo soy un hombre'. Y me violó con sevicia, por humillar", añadió.

Al papá de Silverio, mientras tanto, los criminales lo obligaron a hacer cosas imperdonables e impublicables.

Su hijo presenció todo. Todavía en su cabeza retumban las palabras que los depravados escupían cuando humillaban a su padre. De su mujer, en cambio, no tenía noticias en ese momento porque los delincuentes la habían separado de ellos.

Sobre las nueve de la noche terminó para los tres la azarosa faena, pero empezó un largo período de noches sin dormir, de miedos eternos y de muchos llantos a escondidas.

Al día siguiente apareció golpeada la pareja de Silverio. Los violadores se la habían llevado para un sitio conocido como La Estrella.

“Hicieron con ella lo que quisieron", comentó Silverio.

Un día después, la mujer abandonó el sector de Los Pozos. Su marido nunca volvió a saber de ella. Parece que se fue a vivir a Santa Marta. Sin pronunciar una sola palabra, ambos optaron por una separación definitiva. Nunca se dieron explicaciones. Después alguien dijo haberla visto en La Paz, Cesar.

En ese momento, las tres víctimas no denunciaron el caso, entre otras cosas, porque según Silverio los ilegales se habían hecho a todo el poder en Plato.

Pero, ¿a qué ilegales se refiere Silverio?

De acuerdo con su narración, por la época en que fueron abusados sexualmente, en Plato había guerrilleros y paramilitares.

Es más, Silverio sostiene que en su momento oyó decir que muchas de las fechorías que ocurrieron en Plato fueron perpetradas conjuntamente por paramilitares y guerrilleros.

“Ellos eran los que mandaban", enfatizó.

Y mientras Silverio trataba de reponerse de la violación y del adiós con su exmujer, la salud de su padre iba de mal en peor.

“Él comentaba mucho el tema con mi mamá. Ella lo animaba diciéndole que los cobardes" habían sido los agresores, apuntó. “Mi papá empezó para abajo, en decadencia de salud. Había días que no quería ni comer. Se acordaba de eso y no quería comer. Hasta que le dio el derrame cerebral".

Recuperado un poco del problema neurovascular, el padre de Silverio trató sin mucha suerte de hacerle frente a la vida. Pocos años después se le reventó una úlcera estomacal y murió. Tal vez se fue a descansar. Tal vez esa fue la única manera de quitarse la pesada carga de la noche del 20 de noviembre de 2000 en Los Pozos.

Hace algún tiempo, por intermedio de uno de sus cuñados, Silverio se enteró de la existencia de la Jurisdicción Especial para la Paz. Entonces empezó a meterse de lleno en los programas que la entidad les ofrece a las víctimas del conflicto armado colombiano.

“Gracias a Dios, porque uno (en la Unidad de Investigación y Acusación) se siente amparado. Le brindan a uno seguridad", dijo Silverio, quien es consiente de que lo sucedido en Los Pozos cambió su vida. “Me sentí arruinado y por eso cogí el campo (…) Yo quedé marcado para siempre. Eso no se le olvida a uno".

El de Silverio fue uno de los testimonios que, el 17 de marzo último, en el puerto caribeño de Santa Marta, 82 hombres víctimas de violencia sexual con ocasión del conflicto armado entregaron en un voluminoso informe a la Jurisdicción Especial para la Paz.

Según dijo en su momento Giovanni Álvarez Santoyo, director de la Unidad de Investigación y Acusación, los hombres que “tuvieron la valentía de construir este informe" merecen un reconocimiento de gratitud porque con su trabajo será posible “que Colombia y el mundo puedan saber la verdad de lo ocurrido a lo largo del conflicto".

​​(*) El nombre fue cambiado a petición de la víctima